Cap. IV - Rayos, y Centellas!
(de mi novela "Yo, Rodrigo de Siglos")
Tras atravesar el fértil (y deslumbrante) valle del
Cibao, y días (días) de camino (desabitando -sin hache- sendas, infestadas de comocladias o guaos), arribamos -sin
mayores contratiempos- a la costa sur de la isla de la Hispaniola.
Allén, Colón prefigúrase a una ciudad.
Entanto, aquel tiene que marchar de nuevo a España, dejando a su hermano
Bartolomé como Adelantado Gobernador de la recién instaurada Capitanía General
de Santo Domingo -nombrada así en honor a don Domingo de Guzmán Garcés,
religioso y santo católico fundador de la Orden de los Predicadores (o
Dominicos)-, y quien funda en la margen oriental del río Ozama la villa
homónima.
Avengo, el
caos reinaba (desórdenes, sublevaciones). Ante lo cual, la Corona nombra a un
nuevo Gobernador: don Francisco de Bobadilla, quien de inmediato apresa a los
Colones y envíalos de vuelta a España.
A quien narra por poco le linchan, logrando a
mucho embrollo escapar disfrazado de monje (encapuchado), perdiéndome nesa noche.
¡Uf!
Tal recuerdo,
una plaga de hormigas asoló aquellos nóveles predios, por lo que el nuevo incumbente,
el flamante e insidioso Gobernador Ovando (1502) -denantes Comendador de Lares- trasladó la natimuerta villa a su
ribera oeste.
Don, moré por largos años. Hacia arriba,
la Calle de las Canteras, evoco… (atildada de Los Plateros).
Practicamente
trazamos y construímoslo todo: sus calles y plazas, fortalezas, sus palacios y
juzgados, y hospitales, centros docentes… Sus cimientos (o simientes) primigenias.
(Al más puro
estilo renacentista, jactaba)
Y non miento.
Preservados
intocados a futuro, Patrimonio del Orbe…
(El 28 de
octubre de 1538, la Bula In Apostolatus Culmine del Papa Paulo III confiriole a
la Universidad de Santo Tomás de Aquino el status superior de...)
C.V.
Aquesta ciudad convertíase agora en la Atenas del Nuevo Mundo, desde donde esparciose el conocimiento
(europeo) y la fe católica a todo aquel novel continente, entonces nombrado
América en homenaje a don Américo Vespucio, quien cartografiole (supe).
(La Casa de Contratación de Sevilla -o Casa del Océano, como le llamara
Anglería- constituyose en entidad fiscalizadora y reguladora del comercio con
las Indias Occidentales, por lo que habíamos de andar pianito…)
Patente, todo
ésto con mano de obra (nativa) esclava.
Acoto (tanto),
se urgía.
Ya aquestos resistíanse (condignos), y rebelaban.
De tenaz (y
cruento) temple, al condicho Gobernador no
se le apretaba el pecho (trascendiose) -así si es fácil-, y de inmediato ordenó
el ahorcamiento de la bravía cacica Anacaona. E igual, el sojuzgamiento
(sangriento) del último reducto rebelde en Higüey, con la caída del indómito
Cotubanamá, tras refugiarse en la Saona (o islilla Adamanay).
La bermeja corriose...
Pacificada la
isla (creíamos), aqueste ocupose en
repoblarla. Y fundó ciudades y villas, a todo lo largo y ancho de tan eglogar
geografía: Compostela de Azua, San Juan de la Maguana, Salvaleón de Higüey, Santa
Cruz de Hicayagua (após del Seibo),
Salvatierra de la Sabana, Bayajá, entrotras.
La colonia
bollaba (a fuego y metralla): Ovando repartiose los indios (sobrevivientes) a
los colonos principales -ora
nombrados encomenderos-, y avalados
por real dictamen de la Reina (Isabel), exigiéndoles a aquellos un tributo (en
oro y algodón, pos), funesta
expoliación preludio de su total exterminio.
Sentime
eunuco.
Recuerdo
sucediole don Diego Colón, hijo del Gran Almirante. Heredero de sus privilegios
nobiliarios (al morir éste en 1506), eleváronle
luego a Virrey de Reyes un lustro más tarde.
A honra,
trabajé en la erección de su glorioso Alcázar (y otras edificaciones), feitas a espejo de las de la metrópolis.
Entonces,
alzábase la voz (solitaria), en contra del maltrato y (perpetrado) genocidio
indígena, de Fray Antón de Montesinos. Quien, alguna vez (desesperanzado)
externome su impotencia.
Aún rememoro,
aquel 21 de diciembre de 1511 (en el atrio del Convento): “…Todos estáis en
pecado mortal, y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con
estas inocentes gentes…” (Ego vox
clamantis in deserto / Yo soy la voz que clama en el desierto) Cito, Sermón
de Adviento.
Ya, el fraile
(e igual dominico) Bartolomé de las Casas, con quien también alterneme.
A oídas del
monarca español -siendo sobrina de éste doña María de Toledo, esposa del Virrey-,
fueron amonestados, y amenazados con ser expulsados desta isla. “Si aquellos -refiriéndose a los paganos nativos- no
tenían alma…”, censuraban.
Sin embargo
(y al corto tiempo), promúlganse las Leyes de Burgos, y así las de Valladolid
(para protegerles, algo).
Érase apenas
el inicio de la lucha.
Empero, no
todos los clérigos (en la Colonia) así actuáronse (palpable).
Unotros, convirtiéronse en férreos
aliados de los opresores.
Y entrestos, el Padre Eufemio (conocile pues).
Terrible.
Venido de la
lejana Murcia, aún rezumaba un pronunciado acento andaluz, el cual
entremezclábase a veces con la jerga coloquial daquestos mozalbetes que jugaban a la rayuela o a las canicas, desinhibidos,
o como tal jeringando en los (frecuentes) aguaceros, naquel tupido solar -poblado de majaguas vide- adyacente al templo donde era cura párroco.
“Las cortinas
del palacio son de terciopelo azul, y entre cortes y cortinas, se paseaba un…”,
oíase canturreaban…
Tan, sus
sermones (diferente al otro) eran histriónicos. Bueno, diríanse algunos, más
bien, histéricos, o hasta encarnizados (exagereme, ve).
Lo cierto es
que aquel era definitivamente implacable contra el transgresor de las “leyes
divinas, instauradas por la Santa Iglesia”, y no paraba en mientes. Nin cejaba.
Y no solo con
los indígenas. Fasta con los colonos.
Entrometíase
en todo.
Cierto, parecíaseme
a…
Aquel gustaba
de pasearse horas muertas a través de aquella trenza que bordeaba al mar (embriagada de cocoteros) donde osados
jovenzuelos e inditos (de edades
varias), deambulábanse inopinados olisqueando
alucinógenos -vestigios de la Cohoba
quizás-, a fin de relegar su mala especie.
Así las cosas
(relentes), internábanse a veces por aquellos predios de Dios, acometidos
depredadores de razas que hacíanse de
las suyas, subyugándose hasta al más lindo.
Siempre ha
habido de todo… (Molaba).
Tanto más,
las autoridades hacíanse de la vista obesa.
Aquella tarde
fue Miércoles de Ceniza.
Y como
siempre el Padre Eufemio, arremetiose febril contra los indefensos y “perversos
que corroían los sostenes deste mundo, poniendo en peligro hasta a
la especie humana”, incoaba.
Agora referíase al pecado de sodomía (o gays modernos).
Frenético, vomitose
¡rayos y centellas!
(¡Santa Bárbara bendita!)
Y aquel tal Inocencio
(el hijo de Lala, la zamba), dábase (admítome) por aludido. Vindiquele.
(Mas si así
naciose…)
Con aires de
juglar medioévico -y rucios bucles rizos, aun piel canela-, éste acudíase
siempre (atortujado) a la incendiaria homilía de aquel vicario de Cristo, quien
reprendíale exegeta (al confesionario) “por sus ademanes algo raros y estrafalaria vestimenta non digna de un hombrecito”.
Sentado en el
banco, detrás, apenas (yo) murmuraba para
mis adentros...
Uh, uh.
Al concluir
los oficios, sentime algo abrumado (zascandileaba).
Bajo,
tronábase cabrío, a lontananza.
Cierto, aqueste investido Oráculo (excéntrico cófrade
de faenas) había predicho -como usual, basamentado apenas en datos empíricos, o
hasta somáticos- “chubascos dispersos, con borrascas aisladas”, más yo nunca le
creía.
Ya, admitía
erré (otra vez).
Adosaba, pero…
Hacia el este,
la ría (Ozama), enardecida, hendía de amarillos y sienas a aquella mar picada,
que apencaba en sedimentos traídos desde ribera arriba.
(Yo) cubrime
apenas con una hoja (grande) de yagrumo, que rodose. Mal, los goterones ni
aplacaban…
(San
Isidro el Labrador, quita el agua y pon el sol, rogueme)
Ahun, recio jarreose.
So, corrí a resguardarme al ala de aquel
tugurio (destartalado) abandonado, a la orilla…
¡Cuánto
estentor e intolerancia! (descalabaceme). “Ego
vox clamantis in deserto” (repetime, introitus).
Nesos afanes mentales rumiaba (de balde),
cuando a lo lejos divisé al susodicho dichoso Padre Eufemio que rondaba.
¿Qué haría
(aquel) allén? Como non viome, tal, escondime detrás de un arbusto
gigantesco (de porotos). Aterreme.
Aqueste abalanzose (furtivo), atravesando
la rocosa explanada (aún virgen), en dirección a la absorta ensenada (sin naos,
cáustica) que embebía…
Acullá, oteábase Inocencio (pareciome)… ¡Sí, era Inocencio!, quien cauto o
desvariando se acercaba, tan ni atinaba. O tartamudeaba. Avizoreme.
Conversaban,
conjeturé (ve).
(Retraía)
Quizás aquel le
amonestaba por su inconducta, y le
mandaba de nuevo al lar, junto a los suyos, alejado de aquella inmunda zahurdada de extravíos. Pensaba yo. Ora, pasole
la mano por la cabeza, como un padre
bueno, o lisonjero. Reprendí(me).
Luego, (viles)
internáronse tras aquellos matorrales (?)…
Cuan, yo impasible acerqueme.
Recuerdo, trastabillé
(eh).
(¡Santo oh Niño
de Atocha!)
Lo que
entonces vime, para qué reescribirlo (reculaba). Tan ocupados, nin fijanse…
Cazador cazado, esgrimí. (Ah vana
abstinencia contra-natura). Tanto bla, bla, blá.
Alígeras, las
nuevas circunvolaron. Yo no había sido
(perjurio), fue Teté (pégale, pégale, que ella fue)…
Y llegáronse
hasta Murcia, en Cataluña, após a la
Basílica Constantiniana, en Roma (¡Ofrézcome!).
Como tal, le
enjuiciaron (supe, ¿o no?). O demás, fue fullería (dijense). Luego, tan campante...
A Inocencio,
creo, enviáronle a algún pueblo, del interior de la isla, llamado (espetáronse) Pata e Buey, tan eso no puedo
aseverarlo.
Ya al final
de la Cuaresma (pecador yo) -golpes de pecho dime-, asistí a las
conmemoraciones sacras de la Semana Mayor. Era el oficio del Santo Entierro. Y
de nuevo, un nuevo clérigo arengábase a los fieles (acólitos), con una gran vara...
Llamábanle el
Padre Ignacio.
A propósito,
bastante apuesto fuele (atestiguáronse).
(Mal), hierático
(a atar), llegábase -calcado- con el
mismo sermón (furioso) bajo la sotana.
So, oíme la mismísima cantaleta (uh).
Mi credo entonces mengüó, a más.
(¿Hadrollas?)
Aun consentía:
todo lo humano era anómalo, o derrapaba (refeo oyose)...
De Santo
Domingo -agora oprobiosa Llave de las
Indias Occidentales- partían ayer los conquistadores (Esquivel, Cortés, Balboa,
Ponce de León, Velázquez, Pizarro,…) hacia Tierra Firme y demás islas, con la sagrada
encomienda de expandir el dominio colonial y la fe cristiana (a mansalva).
El oro y los
indígenas se agotaban por acá, y había que explorar otras opciones (claro)…
Yo, aproveché
la estampida y traslademe a la recién fundada villa de San Juan de la Maguana, hacia
el oeste: Loo oy, ¡célico derredor!
(Caía mayo en
sus primeras aguas). (Despojeme).
Hasí, asenteme en la isla.
Arraigaba,
ya...
C.V.
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