Cap. III - La Fuente de la Juventud
(de mi novela "Yo, Rodrigo de Siglos")
Mal, poco dura
la bienaventuranza en casa del noble (desdicen).
Por un
momento, olvidé mi azarosa existencia...
Cierto, el
apabullante poderío de tan enajenada estirpe (propia) embarullolo todo. Y los
maltratos, desavenencias y diatribas erigiéronse en pan del día…
Grave, fuime apenas
un comensal más (de aquel acto
detestable).
Feroz, tan denodado
afán “civilizador, y cristianizante” prorrumpió a leguas…
Todo fue
desolación, y tirria. ¡Ah desigual refriega!
Era de
naturaleza… (conturbaba yo).
Manifiesto,
el valiente Caonabo (y los suyos) nin
cediéronse. Coaccionados (demás), debían abjurar de su credo y servirles como
vasallos. “Si no eran tales deidades…”, perjuraba aquel (decíase).
Ante tan desmesurada rebeldía, hicieronle preso -el
tal Ojeda fue, acuerdo-, resolviéndose luego enviarlo (con grilletes) a España.
Ya en la misma rada (de la Isabela), un furibundo huracán hundiose a la flota
que llevábale, pereciendo ahogado aquel.
Feliz, el
azar perimiose su (forzado) ostracismo…
Ansí, aquella aldehuela (en ciernes) fue
totalmente torquemada, digo destruída,
y como tal despojada de toda su indomable traza. Aún con los siglos, perviviose
su nombre: Constanza, luego llamáronle al poblado aquí (refundáronse). A su
prez y valía.
Ante tal (y asincrónico)
desbarajuste, muchos largáronse al
monte, o se elidieron. Otros, se plegaron a las huestes incursoras, o transfundiéronse
(inmolados). Los más (demás), sucumbieron ante el asfixiante zamarreo de aquellos intrusos que (perennes) les camorreaban...
¡Santísima
Inquisición!
Había que
instaurar la fe (a como fuese). ¡Y vaya que si se impuso! A sangre y fuego: “¡Cristianizadles!
¡Cristianizadles!”, fue la alta égida.
(Ya “¡Herejes!
¡Herejes! ¡Herejes!”, le endilgaban…)
Cuestionábame
(entonces): ¿Si ...Amáos los unos a
otros, el amor es de Dios... / 1 Juan 4:7..., dónde acometíase vuestra infinita
misericordia?, versículos atrás (recordaba).
¡Ah, libre albedrío!
Oneroso yo, (a
atar) temíame a la hoguera… Y cejaba.
En medio de tan
inopinada gresca -a expensas de tal vesánica ordalía-, esa noche Ananí y yo internámosnos,
sin nada a cuestas, en los bosques altozanos (perdularios) del macizo central
montañoso de la isla.
Nadie notose
(juraba).
Y por dentre senderos, y nubes, y barrancos, atravesando
rías y pantanos (truculentos), arribamos, casi a rastras, al cautivante y
descampado Valle Encantado, entorno mágico mas tenebroso (decíase) de la
cordillera, don refugiámosnos.
La naturaleza
(ubérrima) exultaba a nuestros pies.
Allén subsistimos por varios días, demás.
Pescando en un arroyo, con una vara aguzada. O deglutiendo raíces, y hasta
bromelias (desfloridas)…
Extraño,
pocos frutos abundaban naquella zona.
Templado
clima (quizás), para estas latitudes...
(Vi) azul, la
niebla poblaba (grácil) las sagradas serranías
aledañas.
Al pie de un
barranco, construíme una choza techada
de palmas canas, y setos de yaguas inermes,
entrelazadas por lianas, donde apilamos (al cenit) el fuego con cuaba.
Grave, aquella
denotose encinta.
Desvariaba
yo.
Aunose el mal
tiempo… (llovía, y llovía), amainaba nin.
So, Ananí quebrantose (agobieme).
Remembro hoy el
mohino lapso…
Apenas
adormilados -nentre trillones de
estrellas, conteme-, mi amada, atribulada (y febril) desdíjome (tartajeose):
“No sé si serán cuentos de caminos,… se dice… (tosía)… que en los linderos desta vega, existe un manantial de agua sagrado,…
farto resguardado por los dioses, … tal
quien bebe de sus aguas tiene vida
imperecedera… Tanto nunca nadie allí llega, pues al avizorarse a un ente (vivo)
la poza ágil se emboza (o arrebuja)…”, rijosa extenuaba.
Cierto, había
oído vagas historias -y no aquestas fabulosas de Herodoto, o del
gran Alejandro Magno en la antigüedad-, acerca de la existencia nesta ínsula (quizás) de semejante
manantial tonificante y de sus aguas
milagrosas, mas no pasaban de ser eso: leyendas (pensé).
Tal, no
siempre acerteme (y esto admítolo, rayaba)…
Real. A la
mañana siguiente, falleció Ananí (de neumonía, ahora infiero).
Oh.
Mi universo (acopado,
total) derrumbose. Apenas atiné a santiguarle (en su torso, hendido)…
Colgado, pegueme un solo bramido, que oyose hasta
las Ganímedes (ya azoráronse).
Al ocaso,
sepultela bajo un cerezo zafio (en flor). Nel
pie de la loma.
(Baldragas) croaba
yo.
Oh, oh. Ay.
Abatido a
más, eché a correr (desaforado), internándome en aquella floresta (núbil), que todo
aturullaba, (cayendo o) yendo a parar
a una poza profunda (pareciome),
arrumada de cirios silvestres y helechos (lujuriosos), y en la que por poco
ahógome (ups).
“Solo
faltaba…”, balbuceé.
Aquellas aguas (cierto) estremeciéronme, y
cohecho (o regado), a rastras, asime a un peñasco tosco, logrando salir a flote
(sacudime).
Al alboroto,
par de zancudas aves (soeces) diluyéronse.
Un silencio
atortojante sesgó (dable) el infinito. Incoaba yo.
(¿Quijotesco?)
Y a la luz de
la luna, nesa gran roca, (cuasi
ilegible) aquel petroglifo (a figurillas) rezó en lenguaje aborigen: Manantial de (la) Vida. Descifreme opimo.
Aquella habíame enseñado algunas señas y símbolos, y…
¡Pamplinas!,
eximime.
So torpe, engolaba.
Nin supe cómo, y a mucho andar, alcancé a una fortaleza (montada). En un
cerro. Al amanecer…
Los expedicionarios
estaban prestos a ir: dirigíanse hacia el sur, ya enhiestos.
Condije habíame
extraviado, y...
El barullo
conmiserome. Colón apuraba.
“…Cual buen cabro,
que a su aprisco retorna”, soterrado externome. Manque algunos, a ojerizas…
Al mediodía
partimos.
Aquel oteose el horizonte (vasto), cuan expelía: “La tierra más fermosa que ojos humanos hayan
divisado”.
Yo asentía (y
prosternaba).
C.V.
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