martes, 23 de junio de 2015


Cap. III - La Fuente de la Juventud 
(de mi novela "Yo, Rodrigo de Siglos")




              Mal, poco dura la bienaventuranza en casa del noble (desdicen).
       Cierto, el apabullante poderío de tan enajenada estirpe (propia) embarullolo todo. Y los maltratos, desavenencias y diatribas erigiéronse en pan del día
       Grave, fuime apenas un comensal más (de aquel acto detestable).
       Feroz, tan denodado afán “civilizador, y cristianizante” prorrumpió a leguas…
       Todo fue desolación, y tirria. ¡Ah desigual refriega!
       Era de naturaleza… (conturbaba yo).
       Manifiesto, el valiente Caonabo (y los suyos) nin cediéronse. Coaccionados (demás), debían abjurar de su credo y servirles como vasallos. “Si no eran tales deidades…”, perjuraba aquel (decíase).
       Ante tan desmesurada rebeldía, hicieronle preso -el tal Ojeda fue, acuerdo-, resolviéndose luego enviarlo (con grilletes) a España. Ya en la misma rada (de la Isabela), un furibundo huracán hundiose a la flota que llevábale, pereciendo ahogado aquel.
       Feliz, el azar perimiose su (forzado) ostracismo…
       Ansí, aquella aldehuela (en ciernes) fue totalmente torquemada, digo destruída, y como tal despojada de toda su indomable traza. Aún con los siglos, perviviose su nombre: Constanza, luego llamáronle al poblado aquí (refundáronse). A su prez y valía.
       Ante tal (y asincrónico) desbarajuste, muchos largáronse al monte, o se elidieron. Otros, se plegaron a las huestes incursoras, o transfundiéronse (inmolados). Los más (demás), sucumbieron ante el asfixiante zamarreo de aquellos intrusos que (perennes) les camorreaban...
       ¡Santísima Inquisición!
       Había que instaurar la fe (a como fuese). ¡Y vaya que si se impuso! A sangre y fuego: “¡Cristianizadles! ¡Cristianizadles!”, fue la alta égida.
       (Ya “¡Herejes! ¡Herejes! ¡Herejes!”, le endilgaban…)
       Cuestionábame (entonces): ¿Si ...Amáos los unos a otros, el amor es de Dios... / 1 Juan 4:7..., dónde acometíase vuestra infinita misericordia?, versículos atrás (recordaba). ¡Ah, libre albedrío!
       Oneroso yo, (a atar) temíame a la hoguera… Y cejaba.
       En medio de tan inopinada gresca -a expensas de tal vesánica ordalía-, esa noche Ananí y yo internámosnos, sin nada a cuestas, en los bosques altozanos (perdularios) del macizo central montañoso de la isla.
       Nadie notose (juraba).
       Y por dentre senderos, y nubes, y barrancos, atravesando rías y pantanos (truculentos), arribamos, casi a rastras, al cautivante y descampado Valle Encantado, entorno mágico mas tenebroso (decíase) de la cordillera, don refugiámosnos.
       La naturaleza (ubérrima) exultaba a nuestros pies.
       Allén subsistimos por varios días, demás. Pescando en un arroyo, con una vara aguzada. O deglutiendo raíces, y hasta bromelias (desfloridas)…
       Extraño, pocos frutos abundaban naquella zona.
       Templado clima (quizás), para estas latitudes...
       (Vi) azul, la niebla poblaba (grácil) las sagradas serranías aledañas.
       Al pie de un barranco, construíme una choza techada de palmas canas, y setos de yaguas inermes, entrelazadas por lianas, donde apilamos (al cenit) el fuego con cuaba.
       Grave, aquella denotose encinta.
       Desvariaba yo.
       Aunose el mal tiempo… (llovía, y llovía), amainaba nin.
       So, Ananí quebrantose (agobieme).
       Remembro hoy el mohino lapso…
       Apenas adormilados -nentre trillones de estrellas, conteme-, mi amada, atribulada (y febril) desdíjome (tartajeose): “No sé si serán cuentos de caminos,… se dice… (tosía)… que en los linderos desta vega, existe un manantial de agua sagrado,… farto resguardado por los dioses, … tal quien bebe de sus aguas tiene vida imperecedera… Tanto nunca nadie allí llega, pues al avizorarse a un ente (vivo) la poza ágil se emboza (o arrebuja)…”, rijosa extenuaba.
       Cierto, había oído vagas historias  -y no aquestas fabulosas de Herodoto, o del gran Alejandro Magno en la antigüedad-, acerca de la existencia nesta ínsula (quizás) de semejante manantial tonificante y de sus aguas milagrosas, mas no pasaban de ser eso: leyendas (pensé).  
       Tal, no siempre acerteme (y esto admítolo, rayaba)…
       Real. A la mañana siguiente, falleció Ananí (de neumonía, ahora infiero).
       Oh.
       Mi universo (acopado, total) derrumbose. Apenas atiné a santiguarle (en su torso, hendido)…
       Colgado, pegueme un solo bramido, que oyose hasta las Ganímedes (ya azoráronse).
       Al ocaso, sepultela bajo un cerezo zafio (en flor). Nel pie de la loma.
       (Baldragas) croaba yo.
       Oh, oh. Ay.
       Abatido a más, eché a correr (desaforado), internándome en aquella floresta (núbil), que todo aturullaba, (cayendo o) yendo a parar a una poza profunda (pareciome), arrumada de cirios silvestres y helechos (lujuriosos), y en la que por poco ahógome (ups).
       “Solo faltaba…”, balbuceé.
       Aquellas aguas (cierto) estremeciéronme, y cohecho (o regado), a rastras, asime a un peñasco tosco, logrando salir a flote (sacudime).
       Al alboroto, par de zancudas aves (soeces) diluyéronse.
       Un silencio atortojante sesgó (dable) el infinito. Incoaba yo.
       (¿Quijotesco?)
       Y a la luz de la luna, nesa gran roca, (cuasi ilegible) aquel petroglifo (a figurillas) rezó en lenguaje aborigen: Manantial de (la) Vida. Descifreme opimo. Aquella habíame enseñado algunas señas y símbolos, y…
       ¡Pamplinas!, eximime.
       So torpe, engolaba.
       Nin supe cómo, y a mucho andar, alcancé a una fortaleza (montada). En un cerro. Al amanecer…
       Los expedicionarios estaban prestos a ir: dirigíanse hacia el sur, ya enhiestos.
       Condije habíame extraviado, y...
       El barullo conmiserome. Colón apuraba.
       “…Cual buen cabro, que a su aprisco retorna”, soterrado externome. Manque algunos, a ojerizas…
       Al mediodía partimos.
       Aquel oteose el horizonte (vasto), cuan expelía: “La tierra más fermosa que ojos humanos hayan divisado”.
       Yo asentía (y prosternaba).
       Por un momento, olvidé mi azarosa existencia...                                                                                                                

                                                                                                                  C.V.

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