martes, 23 de junio de 2015


Cap. XIX - La Corbata de los Trazos Violetas y Rojos, con una Media Luna Blanca al Costado Superior Izquierdo (Marca Rainbow) 
(de mi novela "Yo, Rodrigo de Siglos")

     Años más tarde, mudeme a un edificio (piso tercero) de la calle 19 de marzo, vía que aún cercena en dos a la zona intramuros de la capital dominicana. Precisamente, aquella noche en que (los guardias coloraos) asesináronse al periodista opositor Goyito (Gregorio García Castro), a escasos pasos, concuerdo.
       (No hay batallas sin bajas, se decía)
       Aun luego, fue Orlando (Martínez), y Sagrario (Díaz), y...
       Al Presidente Balaguer le había sido encomendada la (sangrienta) tarea de pacificar el país y deshacerse de sus remanentes revolucionarios e izquierdosos (de la Gesta del 65), y vaya qué si lo hizo. Tanto más, obras (y construcciones): “Gobierno que trabaja, país que progresa….”, leíase por doquier, faraónico (desmemoriaba yo).
       Cual Ovando (aquel) destos tiempos.
       La Universidad -ora autónoma, dizque-, convirtiose en el último reducto. Desvalida (ya), vulnerable…
       (Balaguer, Balaguer, muñequito de papel… Mas, no solo él era de papel -pedazos-, también nuestra augustísima Constitución, una vez dijo…)
       Tal, y como había decidido no entrometerme naquestos asuntos, ni para allá atrevime a mirar (culebreeme).
       Si al final todos resultáronse iguales…
       Demás, ni cuántos tereques (que apenas pude arrumar nesa madrugada).
       Mi ahora holgado y espacioso domicilio colindaba con una desvencijada casona a esquina con la calle Padre Billini, erigida a finales del siglo XVI (lejanos recuerdos).
       Su dueño inicial, otrora preeminente personaje de la corte virreinal -y quien solitario allí morose-, padecía de una enfermedad incorregible y deformante (pos) que le acomplejaba. Aquel, y ante las burlas de los más imberbes, un día decidió cubrirse todo con un gran fardo y una capucha -oh San Benito-, y así apenas (sin mostrar su rostro) veíasele deambular (cual cenobita) por las calles y hasta túneles soterrados de la ciudadela vieja.
       (Donde yo compré, venden…, una vez bajo me dijo)
       Desde entonces conociose como Casa del Tapado.
       Tan, no fue su único inquilino (sucediéronse tantos, asevéranse).
       Así el tortuoso periplo -tras la nombrada contienda patria-, aquel denostado palacete fue abandonado a su azarosa bienandanza.
       Y como tal aconteciose con otras viviendas similares en la ciudad, dicho predio fue ocupado por un arrebol de familias de escasos recursos que allí, y desde entonces, habitáronlo.
       Ansina, aquella descomunal caterva pululaba por sus atortojantes pasillos y salones, destartalando a aquel palaciego antro hasta el extremo de degradarle a un grado más que paupérrimo e insostenible.
       (Gofio, y esquimalitos -nalgún raído afiche- se expendía, perdurose en…)
       Una de aquellas familias (venidas del interior) que como tal apoderáronse de aquel bien fueron asaz los Saboya (confiero). El padre, técnico en refrigeración, e indudable, de todo aquello que husmease a electrónica (la cual aprehendiose de la vida), pasábasela superocupado en su taller sobreatiborrado de artefactilugios y entresijadas niblerías, localizado en la parte frontal de aquella cuartería, desbordada ya.
       Su nombre era Irrisorio (dizque Duque) de Saboya (de Cebolla, relajábale yo). Cierto, aquel vanagloriábase de ser descendiente daquella casa real (nel norte de Italia), y…
       “Maromas que daba la vida…” (Lengua larga, enjaretele).
       Verídico era, que a su mujer llamábanle Liguria (creo existíase una Santa Liguria, mas no estaba seguro...). Sic, así le nombraban (lembreme). Aquella confeccionábase unos pasteles en hoja célebres por demás, y que como tal expendíase (humeantes) en las tardes (frescas) de contrito ocio, don alistábame yo (siempre) como fiel asiduo.
       Mal, de pelo malo (alisaba, o desrizaba)... ¿Y qué te hizo el pelo (malo)?, decíale. ¡Crespo, pelo crespo, rizo jo!
       Nun ocaso (esparcido) de esos, conocime a Idilio -aqueste, de pelo bueno anjá (liso). Bueno (guasa). Vástago (único) de la condicha pareja, con el que hice buena enjundia, pos.
       Aquellos holgados pasadizos horadábanse a tan peculiar habitáculo, que a la zaga conducíanse a un denodado jardincete, con  una  fontana  en  medio  -agora sin  agua y polvorienta, afogada en yerbajos-, don pasábamos occisas horas charlando, acerca de cientias o teología dizque.
       (¿Existe, o no existe? Recurrime a las Cinco Vías de...)
       Deso ocupábamosnos, cuan Ma Liguria (vímosle) asilose en su alcobenda (estrecha), farto exhausta (imaginamos). Había concluído sus labores al perol cedo, y…
       De súbito, escuchose aquel alarido que estremecionos a helar. Y veloz (no marcio), apersonámosnos al dormitáculo aleve de aquella, quien soez yacía tendida ora, echada (largo a largo), naquel desvencijado camastro. (?)Fieros, sus ojos mostrábanse como brotados. O alucinada (arredrámosnos).
       Ya en algún ininteligible lenguaraje, apenas balbuceose un sanantonio (¡C...!), al tiempo que su mirada (exorbitada) seguía el paso de algo que no veíamos, empero acá estaba, y (eso) atéstolo (encrispeme yo).
       Luego enmudeció, y durmiose un largo sueño.
       Cuando despertó al día siguiente, don Irrisorio postró (acullá) al pié del diván (o catre), contome más luego Idilio, a espera del fiel relato. Tal, la Liguria, aún azorada, nin fablose (señalanse). Y claro, como non sabía escribir...
       Tan, sus ojos delatábanse el horror, cauterizados...
       Los galenos (consultados) ni acertanse a descifrar el mal. (Jo) Al final, (oí) aduciéronse demencia. O quizás exceso de chamba. O talvez, de tanto coraje o rabia (mucha) acumulada por su existencia ayerme (sospecheme yo).
       Factual, aquella nunca dejó de confeccionar sus pasteles, ya en cada onomástico... (aunque a veces salíanles desabridos, je).
       Al  cabo del  tiempo, cerrose  esa  página (todo olvidose),  y don  Irrisorio prosiguiose con su afán y faenas en el taller. A pesar de los quejidos, y los gritos espaciados, y sonidos, que en las noches se escuchaban, y que achacábanse a “algún vecino tormentoso”. ¡Zarandajas!, desdeñáronse…
       Trabajaban allén otros obreros (o técnicos), por ajuste, tan ninguno con la pericia y el dominio de tales artes como el mentado. Su fama -a certidumbre- sobrepasose los confines de la zona y el Distrito (Nacional), y hasta del Monte de la Jagua (sé), en el centro de la isla (nel Cibao), arribaban a requerir de sus servicios.
       Aquel prosperose farto, que hasta se hizo de ahorros, y ese diciembre decidiose reinvertirse algo de ello en mejorar su negocillo.
       Memoro (ellos mismos) remozáronse la fachada (su pedazo, visible). Y hasta las cerámicas del piso (en diagonal) fuen reparadas, corrigiéndose resquicios y tamices. Lián (a rédito), y el cielo raso embalsamaron, sobreembarrándolo de escayolas (y argamasas, varias)... Las paredes, reempañetáronlas (tan lisas, o sedosas), pintarrajeándolas luego de marrón (muy tenue), con un trazadillo doble en “verde botella” delimitando su tercio bajo. Divertido, simuleme yo…
       Bufo, el problema mayor surgiose al magrear la pared del fondo, atrás (resistiose, pos).
       “Y por más que reintentamos -contose aquel trío, y no el de Los Panchos (que aún deleitábannos)-, el rebozado ni adheriose… ¿De tanta humedad, quizás? O algún líquido (o humor) que manaba...”, dedujeron.
       Croábanse, desesperados: “¿Acaso quebramos aquí algún tubo? Aquellas cañerías eran reviejas… Mas nada aflorose...”
       “...Y con  aquella  mandarria (enorme), decidimos hacer un agujero. Quizás, a modo de ojiva (o ventanila) a drenar, a ver que ocurría…  En eso, trascendiose algo correoso (?), o vacío (hueco), y cediose el amasijo. Al traste, el recubrimiento de cemento desplomose (!)”, relatanse después.
       “Como tal, previmos un corto atajo (hacia algo oscuro), cual un túnel o escondrijo, que y quién sabe a dónde (diablos) conducíanos... Atónitos, ni atrevíamos a…”
       Don Irrisorio, como usual (de fusta y vara), viéronle armose de un fanal de baterías y un palo hosco, arrestándose a bajar. A aquel par (aterrorizado), no quedole más remedio que seguirle (refunfuñaban, contáronme). 
       “Aspirábase -narrose el Duque- un oreo ya socarrado o fétido (recreaba)... Y bajo un arco de ladrillos, dibujose una escalera en caracol, don transfigurábase un recinto aún más hondo, al  parecer... ¡Mazmorras!, desveleme… con barrotes atezados hasta el suelo, y aquel (atrancado) cerrojo, oh...” Reculanse (ante el hallazgo).
       “Así de enliados, algo (de metal sonose) rodose, cayose al suelo… Mal, su eco retumbaba (ensordecionos). Y huímos. Aunque más tarde, retornamos con refuerzos...”
       Todavía acuerdo (hubo) un gran aglomeramiento de curiosos, y de policías. Aún terciaba el tema de los cuatro cabezas calientes (ultimados) -hacia los cañaverales, y el Ingenio- por revoltosos (dizque), y…
       (Cantos -ingénuos- de hacha) Repelús.
       Al saldo, empleados (auxiliares) de la Oficina del Patrimonio Histórico, clausuráronse total el edificio. “Podría derrumbarse”, se aducía...
       Las  proles  que  aquí  habitaban  fueron  reubicadas  en  un  multifamiliar de las afueras de Santo Domingo: al Simonico les envíaron. Los Saboya, por supuesto, fuense de raso.
       (Aun, ni con cola pegaban…)
       Tras los acontecimientos, perdime el contacto con Idilio.
       Contimás, após traslademe a los suburbios, lejos (don relacioneme con una tal Justina, zalamera ella).
       Bueno…
       Tanto, y no fue hasta (ha) bastante tiempo después, cuando reencontreme con Idilio nun café de la calle El Conde (donde tertuliaban asiduos Pedro Mir -el gran don Pedro-, Villegas, Lupo, Cifré, Fefé, Avilés y unotros intelectuales, quizás sobre postumismo o de Poesía Sorprendida oíles. Ya el marrado desembarco guerrillero en Caracoles que...).
       Al filo, nuestro nexo reanudose.
       (Amistad, familiaridad -o afacimientos-, confraternidad, nunca son circunstanciales. Definitivamente, son eternos. Al menos, para mí…)
       Por supuesto, aludiome: “No te caen los años. Tal como una Turritopsis Nutrícula”. (?) Variedad de medusa -luego indagueme-, biológicamente inmortal (jo), por vía de consecuencia de un proceso celular de transdiferenciación perpetua (ah). Habíase graduado recién de Oceanografía, y a chanza envarábase con aquellos términos (científicos) rebuscados (dilatose).
       Desgraciadamente, yo no podía decir lo mismo. Aquel estaba acabado (muy), y…
       (Tarde era para ablandar habas)
       En tanto conmutar la plática, preguntele por sus padres.
       (Aquel dilucidaba...)
       Su madre había fallecido ya, hacía algunos años, de apoplejía (so, externele mis sentidas condolencias). Igual, su padre. Pereciose de un infarto (detallome), así de súbito, una mañana temprano, mientras se alistaba para el trabajo en el nuevo taller que armose tras los infaustos sucesos.
       A propósito, preguntele sobre aquello, y del resultado de las pesquisas, pues todo siempre fue un misterio. (Reticente), la prensa poco explayose.
       Tan Idilio contome todo (al dedillo), sobresaltado…
       “Recuerdas aquel día, cuando nos trasladaron al Simonico, te acuerdas, ese mismísimo día, expertos y arqueólogos (peritos) del Gobierno y de fuera, iniciaron las investigaciones”, novelose (parecía).
       “Azogados nin, confirmáronse lo de la celda que había visto mi padre naquel trance, y con aparatos sofisticados  y  hasta soldadores  láser,  quebráronse aquel sello lacrado”.
       Sin  respirar  apenas,  prosiguiose  con su relato.
       “Tal, ¡y ah sorpresa!, en su interior, encontráronse aquellas osamentas, atadas a sendos grilletes empotrados bragados al suelo, de etiología desconocida”.
       Fruncime el ceño. “¿Y…?”
       “Al cabo del tiempo -interrumpiome-, y tras escudriñar en los archivos historiográficos de la ciudad (vieja), determinose (de manera) indefectible que aquellos restos humanos pertenecíanse a una connotada dama de los tiempos denominados de la Gran Inestabilidad Republicana, que al parecer habría sido allí encepada por su celoso esposo, un influyente funcionario de alguno de los efímeros gobiernos de turno. Ni a exactitud supe…”
       Crucial -e hice memoria-, sucediéronse naquella anómica etapa, y en apenas tres añicos, digo añitos (1876-1879), ¡diez presidentes! Uf. E inflijo, uno repitiose tres veces. Unotro, jurose dos (Oh Cesáreo Guillermo). Par de Consejos de Secretarios de Estado, y hasta una Junta Militar, pos… (Marcos Cabral o, ya Jacinto de Castro) Todo aquesto, nun ambiente de anarquía, exiliados, renuncias, gobiernos de facto, y (encima) una agobiante crisis económica (refería yo).  
       “Aquel, y al parecer en un arranque de ira, tapiose él mismo (!), ladrillo a ladrillo -blindó el muro-, para enterrarla viva (aún joven y lozana, se decía)”, rematose en vez.
       “¡Horroroso!”, insuflaba y cuestionele: “¿Y nadie notose su ausencia entonces?”
       “El 4 de agosto de 1877 -Idilio elucidose- y según reséñase en las actas de la época, aquel declaró a las autoridades que, y tras una riña, su esposa se había marchado de vuelta a Badajoz, con sus progenitores (al parecer, falsificó los papeles), abandonándole, quedando devastado, el pobrecillo. Versión que muchos no creyeron, pero como el dinero compra la honra...”, alegome. Perplejo, anonadaba (yo).
       “Mas ahí no terminose el cuento”, añadiose el susodicho. “Un día, leyendo mi padre el diario de la tarde, en su mecedora (ya reviejo), descubriose aquel artículo donde contábase la historia de la señora encerrada en la casona don antes moraban. Un relato espantoso, atizado de detalles.”
       “¿Y qué decíase?”, hoceeme yo (ansioso).
       “Tras la necropsia (y los estudios casuísticos, forenses) evidenciáronse las torturas y vejaciones a que aquella fue sometida, y todo su sufrimiento (tanto), reflejado en las rasgaduras y el tejido sanguinolento, entramado en sus ropas… Mesmo (en dicho diario), mostrábase una pintura (a óleo creo) de aquella -coetánea-, la cual aún exhibíase nun museo de la ciudad de Madrid, y que no sé por qué carajo se la llevaron. ¡Hermosa!, exclamose mi padre (recordaba), y atropellado corrió a mostrársela a mi madre, quien al verla, milagrosamente balbuceose (palabras) por vez primera en años: Era ella, era ella, era ella..., repitiose ma Liguria. Desde entonces volvió a hablar -contome mi acendrado progenitor (que en paz descanse)-, ya como una gallareta. No paraba, relajaba.” Idilio riose.
       “Cómo, ¿mas quién era aquella (la) de la pintura?”, sobreseíle.
       “Era  la  mujer  que  había  visto  mi  madre  aquel  día  en que enmudeciose, y oímosla gritar. ¿Te acuerdas? Rayose el mismo rostro (cuitado), y adusto temple (aquella corroborome), quien suplicante observábale e inquiría, como queriendo decirle algo, entanto (espectral) transfundíase con el seto (¿cual neutrinos?). Vestía toda de luto, luego narrose aquella”.
       (Da. Aroza de Vilas, La Patrona, fechada en 1870 y de firma-autor ilegible)
       “¡Hipóxico!”, exclameme.
       “Todavía recuerdo ver a mis padres apersonarse a la Oficina del Patrimonio Histórico, cuan contáronle su versión. Nocivas, aquellas historietas de fantasmas y espíritejos andantes no éranse muy creíbles para aquellos, tan eruditos. Y sin pruritos (ni más) despacháronles al vuelo”.
       Por desventura, yo pensaba igual (entonces). ¡Chorradas! (discurría).
       A pocos meses (de aquella plática), murió Idilio. De apoplejía, igual (contanme).
       Acongojado (demás) sentime. Abrumaba. De nuevo. Mi amigo (pana full) Y canchanchán
       Comenzaba ya hasta hastiarme de todo aquello (¿Por qué vivía?). Cuan, olvidar (evadir), filosofar quizás, era la treta. Repetime. Repetime. Repetía…
       (Al desfasado fonógrafo -de cuando Cuca y Roquetán bailaban- el famoso danzón Nereidas escuchábase a...)
       Aunque, a veces -y de vuelta en la zona, nostálgico-, pasaba enfrente de la casona aquella, agora ya remozada y convertida en opulento hostal (muy tétrico), tan ni para allá volteaba.
       Normalmente, no creo en esas cosas, pero a veces...
       Aquella tarde no circulose un alma. Real, la señorial vivienda (como usual), lucía pulcra (sepulcral), inexpugnable...
       Al parecer los turistantes andaban todos de excursión (penseme).
       Claro, si era feriado.
       De súbito, la última ventana (lateral izquierda) -¿título de algún film?- de a dos aguas entreabriose. Y yo (vile) asomose aquella… Ataviada toda a negro (pantagruélico),… de rostro ajado, cubierto por un velo (de puntilla, parecía). Sonreía(me).
       Hacía mucho calor (34 grados C). Agobiante. So, agitose un abanico.
       Ofuscado yo (demás), apureme el paso…
       Tal, fue la última vez que pasé por aquel (tenebroso) cruce. Apenas, por nada, no. No creo en tales boberías. Es que había estado muy ocupado, ultimadamente (je).
       Cierto, había decidido sentar cabeza, y…(la Justina cazome).
       (Ya, inmigrada de Moca -hermosa locación, vergel de la isla-, aquesta aún no mostrábase sus...)
       Enseriaba.
       (Por amor, del compositor Solano -cantada por Cáffaro, pos-, oíase al otro lado, naquella chirriante consola que destrozaba mis...)
       Y hasta inscribime en un Círculo –cuadrado no- de Estudios del Partido (morado, con una estrella amarilla), y repartía semanarios Vanguardias -ya boletos de rifas-, a ver si al final nos liberábamos. Tras la estampida del PRD -con Peña Gómez- nel 73, sumeme a…)
       ¿Anfibológico, no?
       Dotra vez de Casco Duro, más.     
       Candente, la situación escalfaba (a un).

                                                                                                         C.V.

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