Conocí a
Francisco el de Olaya -Olaya nombrábanle a su madre- en el parquecillo de la Iglesia
del Carmen, a la salida de alguna reunión de
aquellas, cuan un grupo (bastante
nutrido, oy memoro) conspirábase
“para separarnos del yugo haitiano, y forjar una nueva nación, que llamaríase República
Dominicana”.
Para
entonces, ya Duarte encomienda a aquel realizar tareas dables con su carácter y
(acrisolada) traza. Y deso doy fe.
Más, su ferviente
laborantismo proselitista sobrepasa a las murallas de la ciudadela vieja y su
periferia, extendiéndose a poblados adláteres, agenciándose la elevada admiración
y el respeto de los demás conjurados.
Aquestos, apenas viénenme (al ruedo) -sed
justos, lo primero, decíase Duarte el patricio-, don Jacinto de la Concha, Juan
Isidro Pérez, José María Serra, Benito González, Félix María Ruiz, Felipe
Alfau, Pedro Alejandrino Pina, Juan Nepomuceno Ravelo… Tantos (prohombres
tantos). Nin se hacían ya…
Así, nuestro Francisco
-Francisco del Rosario Sánchez, a nombre completo-, convirtiose en uno de los
principales líderes del movimiento separatista.
Tal no solo
amor a la patria prodigaba, rotundo no.
(Y es que las celosías de las -enrejadas-
ventanas de las casas de la época -y que sobresalíanse algo a la calle-
permitíanles a las mujeres acodarse a ellas, ya poder platicar con quien
estuviese parado afuera, escuchar una serenata, o mimar un romance..., observaba
un extranjero)
En esas (otras)
lides, conoce a Felícita Martínez. A escasos meses le nace su primera hija: Mónica. “Mal, aquesta mucho riñe (harta)”, una vez confesome. Por lo que, y al
poco tiempo, separose desta.
Ni tanto olía la flor…
Tanto luego, ajúntase -recuerdo tal voz- con María de Hinojosa, con quien
procrea a la niña María Gregoria, mejor conocida en el vecindario como Goyita. ¡Tamaño
enredo! (pensaba).
(Pueblo
chico…)
Ésta, forofa
de cafeomancias -o lectura de tazas-,
y hasta cartas o barajas y, ni brujuleose que...
Ora, en Puerto Príncipe -la flamante
capital haitiana-,
Charles Herard toma el poder, tras derrocar a Boyer, y de
inmediato envía emisarios a descabezar “cualquier intento o brote
revolucionario en la parte este de la isla”. El prócer Mella entonces es hecho
prisionero, y Juan Pablo es sacado
del país.
Las nuevas deflagraban…
(Nublose)
A pura guisa, Sánchez logra escapar de
sus perseguidores. Y de incógnito arriba a la ciudad de Santo Domingo, ¡tras
cruzar a nado el río Ozama!
Tal, y aduciendo
una repentina enfermedad, finge morir, a fin de despistar al enemigo.
Todos
asistimos a su entierro (fingido). Lloré como una Magdalena (je).
Auténtico, el
rumor se propala por toda la villa, y al efecto los militares haitianos no
ocultan su júbilo, dando por clausurado el asunto.
Mella preso,
Sánchez “muerto”, y Duarte en el exilio, de plano augúrase el ocaso de la “osadía
separatista”, concelebráronse aquellos.
Mas la llama
de la libertad aún no perecía. Tanto aún más, “flameaba aún más viva y fulgurante
que nunca”, conculcome alguno de los conjurados.
Y así fue
como la noche del 27 de febrero los patriotas congregáronse en el entonces Baluarte de San Genaro -hoy Altar de la
Patria-, donde proclámanse a los
cuatro vientos el nacimiento de la República Dominicana.
(Aun San
Rafael, Hincha, San Miguel y Las Caobas, quedaron atrapadas en las patas de la
historia haitiana, por lejanas
dizque…)
Sánchez,
“quien no había muerto ná” y vivito y coleando demás estaba, izó al
clarear el pabellón tricolor anunciando al mundo el surgimiento de un nuevo y
glorioso gentilicio, al unísono y estentóreo grito de ¡Dios, Patria y Libertad!
Al otro día,
aquel mismo preside el nuevo organismo rector nacional llamado Junta Central Gubernativa, pero por poco
tiempo (advertiles pos). Don Tomás
Bobadilla y Briones pronto pasa a ser la cabeza, imponiéndose desde sus inicios
la odiosa corriente conservadora que no confiaba mucho en la viabilidad del
proyecto independentista puro. Entonces, Mella se traslada a Santiago. Y Duarte
regresa a la isla.
Yo trataba (dizque)
de no involucrarme, pero ¡qué bah! Henchido
yo de patriotismo no patriotero (o artero), financiábame a escondidas la causa,
en detrimento de los enemigos de siempre.
Grave, una
tarde desas, tras cerrar la tienda en
las Atarazanas Reales, un incendio (vil) destruyolo todo.
Los escasos
bártulos que puede salvaguardar (chamuscados muy), arrumbelos en un hosco
cobertizo situado en un entrepatio posterior a mi vivienda familiar de la calle
de Los Plateros.
¡Bando
fratricida!, imbuía.
Peor, ni
arredraba (a pesar de mis años, tapados)...
Así las cosas,
el General Pedro Santana es nombrado Jefe del Ejército Libertador. Aqueste
se entera de los planes subversivos de
los trinitarios, instigados por el revoltoso
Duarte, quienes pretenden reencauzar el proceso revolucionario al primigenio
ideal separatista (sin injerencias foráneas), como malsanamente proponía el
sector saltapatrás capitaneado por el
infame Bobadilla.
En Santiago,
y de manera (dicen algunos) precipitada y emotiva, Matías Ramón Mella proclama
a Duarte como Presidente de la República. Santana, quien en esos momentos se
encontraba en Azua, se traslada de inmediato a la Capital, y reduce a prisión a
los “sediciosos”. Y tras declarárseles “traidores a la patria”, son expulsados
indefectiblemente del país. El 26 de agosto márchanse a Inglaterra, Sánchez,
Mella, y los demás patricios. Duarte saldría más tarde. ¡Oer!
Mas, y ¡ah
desgracia vil la que ensáñase contra aquellos!, entereme. El dable vapor que llevábales arrojados de su suelo, naufrágase en las
costas de Irlanda. Tal, ¡y milagrosamente, sobreviven!, y logran llegar a Dublín,
desde allí partiendo luego hacia los Estados Unidos (de Norteamérica).
Ya alguno veles
en Curazao, don continúan sus faenas libertarias. ¡Semejante cabotaje!
Allén Sánchez amancébase con Leticia Leydes, y nueve meses después le nace su hija Leoncia (contome após, con detalles).
¡San Antonio
de Padua!
(Empero) no
es hasta que Pedro Santana sale del poder, cuando retornan todos a su abatida patria -¡Oh dulce lar!-, tras
una amnistía general decretada por el entonces presidente Manuel Jiménez, quien
de inmediato nombra a Sánchez como Comandante en Armas y Jefe de la plaza
militar de Santo Domingo.
Por aquellos
días trata -¡aquel no era fácil!- a Mercedes
Pembrén (conocida mía), quien a poco alúmbrase a Petronila (ña Tonila le
decía, de cariño), mas luego se dejan.
(Aun
espolvoreábase demás la Meche -y sin
ser San Andrés, jo- dizque para lucir
más blanca…)
Finalmente, (arguyome entonces) decide sentar cabeza, y contrae nupcias con la
joven Balbina de Peña, con quien procrea a Juan Francisco y a Manuel de Jesús.
Corroboraba,
siempre observele como “un padre ejemplar y responsable”. Tal atestíguolo (y non juego).
Al retomar
Santana el solio (en 1855), vuelve a
enviarle al exilio. ¡Ah coincidencias!, justo cuando España finalmente reconoce
nuestra independencia.
(Bueno…)
A propósito
-y cual registra la historia-, de nuevo el nombrado General Hatero derrota a los haitianos en las batallas de Santomé,
Sabana Larga, Cambronal y Jácuba.
Nel año siguiente, Sánchez regresa al
país, donde estudia Leyes de su cuenta.
Y adquiere el exequátur de la Suprema Corte de Justicia, lo que le permite
ejercer como abogado, siendo nombrado Defensor Público. Luego, aprendió Francés
(superose sé).
Por
desfortuna, (en 1859) es apresado ¡y enviado a ostracismo de nuevo!, al
enfrentarse a Santana por vez enésima,
y quien ahora pretende anexar la patria a España, concretizándose tal felonía
en enero del año subsiguiente.
Entonces, y
desde Saint-Thomas, Sánchez prosigue con sus aprestos independentistas, y
convence al presidente haitiano Fabre Geffrard para que le apoye, “a fin de
evitar que se estableciera en la parte oriental de la isla nueva vez el dominio
colonialista y esclavista español”.
Más tarde
escríbele a uno (leal, común): “Mi patria está vendida, y eso basta”. Y luego
proclamaría (contanme): “Tal si la
maledicencia buscare pretextos para mancillar mi conducta, responderéis a
cualquier cargo diciendo en alta voz, aun sin jactancia: yo soy la bandera
nacional”.
El 1 de junio
de 1861, Sánchez penetra a territorio dominicano, ya en El Cercado cae herido
en la ingle tras emboscársele a traición. Un tribunal sumario -y junto a otros
“rebeldes”-, condénales a la pena máxima, y el 4 de julio, son
inmisericordemente fusilados en pleno camposanto municipal de San Juan de la
Maguana.
Testigos
narran, que sus últimas y desgarradoras palabras fueron: “¡Que viva la
República Dominicana!” (estremézcome agora).
El país
perdía a uno de sus más grandes prohombres. Y yo (a propósito, aún sin un
rasguño o arruga, visible) perdíame a un aliado singular.