jueves, 6 de enero de 2011




Reflexiones sobre el ser
(y el no ser...)




De niño temíale a morir. Nunca supe el origen de tales temores, por demás infundados (digo ahora). Mas cuando arribaba la noche, con su caterva de tinieblas, y sonidos extraños, y alucinantes, lloraba solo bajo las sábanas, y a escondidas. E imaginaba figuras fantasmagóricas en mis ropas colgadas tras la puerta. Y en las ramas de los árboles adyacentes recreaba imágenes de monstruos que intentaban conturbar mis pesadillas despierto... 

(Horrorosa pareidolia?)

La partida de seres queridos o lejanos hacia la luz - o quizás hacia las tinieblas, conforme a otros - reafirmaba mis convicciones dantescas e irremisibles del tan extraño y muchas veces incomprendido tema, y me cuestionaba: Como Dios, siendo un ser de amor y de perdón, es capaz de permitir tan desaguisado y perturbador suceso en la vida de los seres humanos? 

Ya en la adolescencia siquiera pensaba en tan conturbante tópico.  

Con el tiempo fui madurando y haciéndome viejo, y pasé  de la etapa del terror a la de la simple aceptación monda y lironda, aunque con ojerizas sobradas. 

Sin embargo, hoy he llegado al punto hasta de verlo como una necesidad humana. 

Incluso el muchas veces temido fenómeno del envejecimiento y deterioro natural de nuestro cuerpo, a partir de la lozanía y el encanto de nuestros primeros años, hasta arribar a la indeseada ajadura y descolgamiento de pieles de la senectud, ahora vislúmbrolo como algo necesario, y hasta lógico. 

Solo demos riendas sueltas a nuestra imaginación, prolífica demás, y recreemos ante nuestros ojos la figura intimidante de un nonagenario o más, con el ímpetus y la fortaleza de un imberbe adolescente. 

A ésto adicionémosle la inteligencia, la sapiencia y las experiencias acumuladas bajo su tapa gris, y estaremos ante la presencia de un ser avasallador y gigante, o hasta tiránico, capaz de, y si se quiere, de llevarse a todo y a todos, y hasta a todas, por delante. Soberbia, y más!. 

Ahora multipliquemos por billones (de seres y seres, arrogantes) tal insanía y obtendremos una hecatombe global de proporciones inimaginables, o imaginables, donde no habría espacio para el raciocinio o la cordura. 

Eso, sin entrar en asuntos de sobrepoblación, y el exterminio completo de nuestros recursos de supervivencia. 

El fenómeno del envejecimiento doblega, en la mayoría de los casos,  los espíritus “superiores” de los más añados

Por su lado, el acontecimiento individual y universal de la muerte permite la sana evolución de las ideas, nuevas y transformadoras, y del hombre en su conjunto, pues los paradigmas viejos fallecen - o sólo se extrae lo requerible - y se imponen los nuevos pensamientos y los cambios, motores del progreso y el desarrollo humano, forjadores de una nueva humanidad. 

Aunque hay que admitir que el temor a lo desconocido siempre ha de persistir. 

De todas formas, la versión cristiana de la muerte siempre será de todas la mejor socorrida. 

Es mejor saber a donde se va  que desconocerlo todo en su total vaguedad. 

O quizás pensar que el fenómeno de la muerte considérase como el acto último del hombre,  y de que no hay nada más  al otro lado. El final, absoluto y total, de su existencia como ente vivo en esta tierra, es cierto abrumante. 

Aunque para algunos, aun es más digerible la visión moderada del paso a la luz, o de la reconversión energética en otra entidad fruto de tal evento.  

Ah!, y atinente a los efectos del irremisible, y a su vez irreversible, y tan temido paso de los años, se podría aceptar la versión moderna, o hasta hedonista quizás, de retrasarlo o enmascararlo un poco, con el objetivo único, valido y humano de vivir.  

Algunos dirían, vivir para los demás. Vivir, para morir,  tras haber vivido. Con un mínimo de decoro. 


                                                                                                                      C.V.

No hay comentarios:

Publicar un comentario