A Mella, el connotado patricio, conocile en las lides del
corte de madera en su sierra de San Cristóbal, al oeste de Santo Domingo.
(Revivo) ordené
un juego de tablones (de caoba) para hacer un cobertizo (atrás) en el patio
donde guardar cachivaches, y algún
vecino diome sus señas.
Desde
entonces, forjose una amistad tan imperecedera que acaso culminose con el
glorioso final de sus aciagos días.
(Amistad, preciado don, me decía)
Aquel, y con
apenas diecinueve años (luego orondo soltome), “nómbranle Encargado Oficial de
la entonces Común de San Cristóbal”.
Al año
siguiente (¡Albrizias! sí), contrae nupcias con la señorita María Josefa Brea,
perteneciente a una de las más prestigiosas familias de la época -de alcurnia, pos-, con quien procrea luego cuatro
hijos: Ramón María, Dominga América, Antonio Nicanor e Ildefonso.
Asistí a su
boda, muy regia (memoro). Toda la crema y nata pavoneose, sé. Yo, aún en duelo
por la súbita muerte de Azoraida, con sigilo, partí antes de la Gran Danza
(recriminome aquel).
Tanto, y no
fue hasta el año de 1838 cuando (atesto) Mella inicia formalmente su labor política
patriótica. Cierto, el patricio (Duarte) observó en aquel joven recién enrolado
condiciones excepcionales de liderazgo y coraje, por lo que de inmediato envíalo
como emisario ante los reformistas haitianos, liderados por Charles
Herard, y quienes pretendían deponer a Boyer, a fin de aunar esfuerzos en
aras del común propósito.
¡Jayana
tarea!
(Ni olvido el pálpito que tuve del Terremotazo
-cataclísmico / con tsunami y todo- del 42 en el norte, cual en un estentóreo
fogonazo se... ¡Ay Ouanaminthe!)
Al otro día
del arribo de Mella a Puerto Príncipe, y tras reunirse con algunos miembros del
ala liberal (acullá), Herard toma el
poder. Así las cosas, Matías Ramón (y no Ramón Matías como erróneamente se le
acostumbra a nombrar, ya que éste así gustaba de firmar), regresa a este lado, siendo enviado por Duarte
al Cibao a proseguir con su labor proselitista y reclutadora (don acompañele, aun volvime presto a mis
trajines en Las Atarazanas).
(Sin embargo),
y estando en San Francisco de Macorís, es mandado a apresar por Herard,
confinándole a una cárcel en Puerto Príncipe. Tras dos interminables meses de calabozo, es liberado, ante la errónea
percepción de los líderes haitianos de que el peligro de insurrección en esta
parte de la isla se había desvanecido (je).
So, el vapuleado prócer retorna a Santo Domingo, y en su afán por implantar
una nueva república -“dentro del concierto de las naciones libres del mundo”-,
se alía a la fracción conservadora local liderada por Tomás Bobadilla, y previo
consensuado con Sánchez, el 16 de enero de 1844, firman el llamado Manifiesto Separatista, donde se sella
la unidad entre sectores tan antagónicos mas coincidentes con el ideal trazado.
Aunque Juan Pablo insistía siempre en que debían ser sólo los trinitarios los
artífices del patriótico parto (e igual amonestele). La experiencia, y los años
(no eran de balde), pero…
La suerte ya
estaba echada. Y aquella gloriosa noche del 27 de febrero, en la nombrada
Puerta de la Misericordia -hacia el suroeste de la muralla-, reunímosnos los conjurados.
Tal, la
vacilación aún prevalecía. Entonces, Mella, lanza al aire su sonado
trabucazo (¡Cabummm!, ¡bumm!, rememoro), y proclama: “¡Ya no es dado a
retroceder! ¡Cobardes como valientes, hemos de seguir hasta el fin! ¡Qué viva
la República Dominicana! ¡Ni un paso atrás, carajo!”, y dirigímosnos hacia el
Baluarte del Conde.
Allí nos
esperaban Sánchez, y los demás patriotas. Al clarear, izose por vez primera
nuestra enseña tricolor (si mal no recuerdo, confeccionada por Concepción Bona
y María Trinidad Sánchez, la tía, y
no cualquier tía).
¡Nacía
entonces la República Dominicana! (sentime ufano, pos sí). Demás. ¡Y al detrito…!
(Culpeme a la
semiótica…)
Al otro día,
se instaura una Junta Central Gubernativa,
presidida breves horas por Sanchéz (como dije, creo), y luego dirigida por Bobadilla.
De inmediato envían a Mella al Cibao –hacia el norte-, con el objetivo expreso
de consolidar el acto patriótico, y en
seguida empieza su labor de reclutar a civiles para enrolarlos al naciente
ejército republicano, dejando a cargo de la plaza de Santiago de los Caballeros
a José María Imbert, a quien toca
repeler a los haitianos -acaudillados por Pierrot, que atacaban por el norte-,
fieramente derrotándoles.
¡Fiel, San
Jorge de los Ejércitos!
Mientras,
Duarte en Santo Domingo apoya vehementemente la expulsión de los conservadores
de la Junta Central Gubernativa
(Basta ser bueno, ¡pero no pendejo!), manteniéndose entonces la hegemonía de
los trinitarios liberales, y se traslada a la ciudad de Santiago. Aquí, Mella,
y de forma apoteósica, junto al pueblo, reunido, proclama al Padre de la Patria
como Presidente de la República.
(Mal) poco
durose el alborozo…
Al rato, los sectores más carcas (pos) agrúpanse en torno a la figura autocrática de Santana, quien
de inmediato se autoproclama como Presidente de la República (atento a chistes, fue el primero). ¡Cáspitas!,
expelime.
(A más, el fatídico artículo 210 de la Constitución
emanada en San Cristóbal otorgábale a aquel poderes cuasi-neronianos...)
Así, cuando Mella
se traslada a Santo Domingo a negociar
con el susodicho, éste es apresado ¡y
deportado a Europa!
“No se me
arredre mi compadrito, que con Usted estamos”, aludo (oy) espetele al acompañarle a aquel puerto atestado de curiosos (ya
gendarmes no confidentes).
(A escasos pasos, observábase el tronco conservado
de la famosa ceiba donde dizque el Descubridor ató su carabela Santa María al tocar tierra en...)
Allén confirmeme la especie que Duarte,
y los demás trinitarios, también habían sido enviados al extranjero. Abrumado, incoaba.
En 1848,
Mella regresa al país cuando el Presidente Jiménez les concede una amnistía a
los patriotas -¿habíame contado ésto ya?, los años…-, y es nombrado con un
cargo en la administración pública. (Añoro hoy), fui a visitarle a su despacho,
cuan jovial abrazome: “¡Mi hermano! ¡Mi
hermano!”, adscribiose. Aún lucía algo acabado, ya.
En 1849 (arribábanse
los partes), Mella se enfrenta de nuevo a los haitianos dirigenciados por Soulouque -quien luego autoerígese Emperador, Faustino
I-, siendo forzado a retirarse a Azua. Entre tanto, el general Duvergé se
repliega a la (entonces) diminuta villa de Baní.
Don encontrábame yo, por accidente (o jaleos
de negocios). Truecaba.
A propósito, sorprendiome el curioso método que
poseían para alumbrar sus vías: con velones
de cera... y que un tal Martín -el
farolero- encendía a las seis, y luego a las diez apagaba...
(Disgresiones
válidas, pues)
En la
Capital, Santana es investido por el Congreso como Jefe del Ejército Nacional. Y en Las Carreras derrota a los invasores,
en un encuentro (violento) sin parangón.
(Al volverse, las tropas de Soulouque
pillan e incendian las ciudades de Azua y San Juan que...)
Mella
vincúlase entonces a éste, al considerarle como única garantía viable para
preservar la independencia (ante el implacable asedio del vecino estado). Aquel
desígnale su secretario particular.
Luego
Buenaventura Báez saca a Santana del
poder. (Con su venia, Oh
Excelentísimo...)
Mella entonces
se retira de nuevo a su viejo oficio de cortar madera, ahora en Puerto Plata, y
se aleja de la vida pública.
Cuan, perdime el contacto.
(Ja, los tabaqueros del Cibao estaban que
chispeaban. Estafados por Báez -harto corrupto y marrullero, la moneda
devaluose a mil %-, pos rebélanse, y encabezados por Desiderio Valverde se...)
Yo, aún
insistíame en hallar el origen de mi mal
(decía), y no desperdiciaba oportunidad cualfuese
para internarme en las sagradas serranías,
hacia el centro de la isla, es busca de tal réproba poza…
Quizás,
pretendía analizar sus aguas, non se (que diablos conteníanse). ¡Oh
fiel denostado hechizo que sobre mí pesose! Elucubraba.
(1850 y pico),
recuerdo alisteme en la expedición del cónsul británico en la isla, Sir Robert
Hermann Schomburgk -naturalista, discípulo del célebre explorador Humboldt-, quien
diba a la vega de Constanza (y Valle
Nuevo). Apenas encontramos allí a unos cien vecinos, apilados en treinta moradas,
maltrechas…
Mal, nadie
supo informarme acerca de la locación exacta del mentado hontanar… (13 grados Celsius, tiritaba yo. Habíame olvidado
ya del friazo en…).
(Curioso) y
excavando (o escarbando) en una caverna mediata, nentre el barro, encontreme -sin testigos- una Piedra de Rayo (o hacha india), dizque mágica y con poderes
sobrenaturales custodios, la cual
conservo hasta oy…
(Ni exégesis
pretendo).
A mi regreso,
el vapuleado navío de la República enfrentaba tempestades (inusitadas):
Valverde -desde Santiago-, había derrocado a Báez. Mas a su vez, Santana tumba a Valverde. Y de inmediato, nombra
a Mella como Comandante en Armas de la villa de Puerto Plata. Tanto, pronto aqueste enfréntase a su mentor cuando aquel
inicia gestiones para devolver el
país a España. Razón por la cual es desterrado a la isla de Saint-Thomas, donde
padece enfermedad y pobreza (luego contáronme).
Non pude verle. Desazonaba yo.
Aún, evoco (con
afecto) al cónsul Segovia -colega de Schomburgk-, quien me ofreció la
ciudadanía hispana (¿teníala o no?), nun
proceso de matriculación abierto para reclutar nacionales ante el conato de un protectorado estadounidense, y lo cual
rechacé (de traza amable), quizás (y no solo) por las implicaciones y trasvericuetos
legales de mi evidente e ilegítima atemporalidad (toreaba)…
De cara a tales aprietos, Mella intenta de nuevo retornar al país, pero es
apresado, y de nuevo es reenviado al exilio. Ansi, y desde una goleta inglesa, le enrostra a Santana (cual está
escrito): “…porque yo no soy súbdito de
su Majestad Católica, ni he trocado, ni deseo canjear mi nacionalidad por
otra alguna, habiendo jurado desde el día 27 de febrero de 1844 ser ciudadano
de la República Dominicana, por cuya independencia y soberanía he prestado mis
servicios…”
El 15 de
agosto de 1863, un día antes de la proclama restauradora de Capotillo, ingresa
al territorio nacional, y de inmediato se integra a las labores emancipadoras.
Al año
siguiente, el gobierno nacionalista y restaurador santiagués le nombra como
Ministro de Guerra. Allí recopila su Manual
de Guerra de Guerrillas, instructivo militar, donde condensa toda su
sabiduría como estratega y experto conocedor de su terruño.
Finalmente,
es designado Vicepresidente de la República de aqueste intento, mas no puede desempeñar sus funciones al agravarse
su estado (general) de salud.
¡Oh San
Eustaquio, Mártir!
Postrado en
su lecho de muerte -y sumido en la más absoluta pobreza-, recibe con
satisfacción la visita de sus más preciados amigos y familiares. Entre ellos Duarte,
ahora de nuevo en el país, siempre del lado de la patria.
Arribeme
apenas.
Era un 4 de
junio del 1864.
Agonizaba (vile)…
Tal, y en su
último hálito de vida exclamose, sin fuerzas (oíle entrecortado): “Que… viva …la
República… Dominicana…”, y expiró (lloré).
Lloré por
partida doble: aún ondeábase en ya ésta mi adoptiva patria el pabellón español
(abjuraba yo).
C.V.
C.V.
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