miércoles, 26 de enero de 2011


Cap. XI - Glorias, Vaivenes y Desazón... 
(de mi novela "Yo, Rodrigo de Siglos")
     A Mella, el connotado patricio, conocile en las lides del corte de madera en su sierra de San Cristóbal, al oeste de Santo Domingo.
       (Revivo) ordené un juego de tablones (de caoba) para hacer un cobertizo (atrás) en el patio donde guardar cachivaches, y algún vecino diome sus señas.
       Desde entonces, forjose una amistad tan imperecedera que acaso culminose con el glorioso final de sus aciagos días.
       (Amistad, preciado don, me decía)
       Aquel, y con apenas diecinueve años (luego orondo soltome), “nómbranle Encargado Oficial de la entonces Común de San Cristóbal”.
       Al año siguiente (¡Albrizias! sí), contrae nupcias con la señorita María Josefa Brea, perteneciente a una de las más prestigiosas familias de la época -de alcurnia, pos-, con quien procrea luego cuatro hijos: Ramón María, Dominga América, Antonio Nicanor e Ildefonso.
       Asistí a su boda, muy regia (memoro). Toda la crema y nata pavoneose, sé. Yo, aún en duelo por la súbita muerte de Azoraida, con sigilo, partí antes de la Gran Danza (recriminome aquel).
       Tanto, y no fue hasta el año de 1838 cuando (atesto) Mella inicia formalmente su labor política patriótica. Cierto, el patricio (Duarte) observó en aquel joven recién enrolado condiciones excepcionales de liderazgo y coraje, por lo que de inmediato envíalo como emisario ante los reformistas haitianos, liderados por Charles Herard, y quienes pretendían deponer a Boyer, a fin de aunar esfuerzos en aras del común propósito.
       ¡Jayana tarea!
       (Ni olvido el pálpito que tuve del Terremotazo -cataclísmico / con tsunami y todo- del 42 en el norte, cual en un estentóreo fogonazo se... ¡Ay Ouanaminthe!)
       Al otro día del arribo de Mella a Puerto Príncipe, y tras reunirse con algunos miembros del ala liberal (acullá), Herard toma el poder. Así las cosas, Matías Ramón (y no Ramón Matías como erróneamente se le acostumbra a nombrar, ya que éste así gustaba de firmar), regresa a este lado, siendo enviado por Duarte al Cibao a proseguir con su labor proselitista y reclutadora (don acompañele, aun volvime presto a mis trajines en Las Atarazanas).
       (Sin embargo), y estando en San Francisco de Macorís, es mandado a apresar por Herard, confinándole a una cárcel en Puerto Príncipe. Tras dos interminables meses de calabozo, es liberado, ante la errónea percepción de los líderes haitianos de que el peligro de insurrección en esta parte de la isla se había desvanecido (je).
       So, el vapuleado prócer retorna a Santo Domingo, y en su afán por implantar una nueva república -“dentro del concierto de las naciones libres del mundo”-, se alía a la fracción conservadora local liderada por Tomás Bobadilla, y previo consensuado con Sánchez, el 16 de enero de 1844, firman el llamado Manifiesto Separatista, donde se sella la unidad entre sectores tan antagónicos mas coincidentes con el ideal trazado. Aunque Juan Pablo insistía siempre en que debían ser sólo los trinitarios los artífices del patriótico parto (e igual amonestele). La experiencia, y los años (no eran de balde), pero…
       La suerte ya estaba echada. Y aquella gloriosa noche del 27 de febrero, en la nombrada Puerta de la Misericordia -hacia el suroeste de la muralla-, reunímosnos los conjurados.
       Tal, la vacilación aún prevalecía. Entonces, Mella, lanza al aire su sonado trabucazo (¡Cabummm!, ¡bumm!, rememoro), y proclama: “¡Ya no es dado a retroceder! ¡Cobardes como valientes, hemos de seguir hasta el fin! ¡Qué viva la República Dominicana! ¡Ni un paso atrás, carajo!”, y dirigímosnos hacia el Baluarte del Conde.
       Allí nos esperaban Sánchez, y los demás patriotas. Al clarear, izose por vez primera nuestra enseña tricolor (si mal no recuerdo, confeccionada por Concepción Bona y María Trinidad Sánchez, la tía, y no cualquier tía).
       ¡Nacía entonces la República Dominicana! (sentime ufano, pos sí). Demás. ¡Y al detrito…!
       (Culpeme a la semiótica…)
       Al otro día, se instaura una Junta Central Gubernativa, presidida breves horas por Sanchéz (como dije, creo), y luego dirigida por Bobadilla. De inmediato envían a Mella al Cibao –hacia el norte-, con el objetivo expreso de consolidar el acto patriótico, y en seguida empieza su labor de reclutar a civiles para enrolarlos al naciente ejército republicano, dejando a cargo de la plaza de Santiago de los Caballeros a José María Imbert, a quien toca repeler a los haitianos -acaudillados por Pierrot, que atacaban por el norte-, fieramente derrotándoles.
       ¡Fiel, San Jorge de los Ejércitos!
       Mientras, Duarte en Santo Domingo apoya vehementemente la expulsión de los conservadores de la Junta Central Gubernativa (Basta ser bueno, ¡pero no pendejo!), manteniéndose entonces la hegemonía de los trinitarios liberales, y se traslada a la ciudad de Santiago. Aquí, Mella, y de forma apoteósica, junto al pueblo, reunido, proclama al Padre de la Patria como Presidente de la República.
       (Mal) poco durose el alborozo…
       Al rato, los sectores más carcas (pos) agrúpanse en torno a la figura autocrática de Santana, quien de inmediato se autoproclama como Presidente de la República (atento a chistes, fue el primero). ¡Cáspitas!, expelime.
       (A más, el fatídico artículo 210 de la Constitución emanada en San Cristóbal otorgábale a aquel poderes cuasi-neronianos...)
       Así, cuando Mella se traslada a Santo Domingo a negociar con el susodicho, éste es apresado ¡y deportado a Europa!
       “No se me arredre mi compadrito, que con Usted estamos”, aludo (oy) espetele al acompañarle a aquel puerto atestado de curiosos (ya gendarmes no confidentes).
       (A escasos pasos, observábase el tronco conservado de la famosa ceiba donde dizque el Descubridor ató su carabela Santa María al  tocar tierra en...)
       Allén confirmeme la especie que Duarte, y los demás trinitarios, también habían sido enviados al extranjero. Abrumado, incoaba.
       En 1848, Mella regresa al país cuando el Presidente Jiménez les concede una amnistía a los patriotas -¿habíame contado ésto ya?, los años…-, y es nombrado con un cargo en la administración pública. (Añoro hoy), fui a visitarle a su despacho, cuan jovial abrazome: “¡Mi hermano! ¡Mi hermano!”, adscribiose. Aún lucía algo acabado, ya.
       En 1849 (arribábanse los partes), Mella se enfrenta de nuevo a los haitianos dirigenciados por Soulouque -quien luego autoerígese Emperador, Faustino I-, siendo forzado a retirarse a Azua. Entre tanto, el general Duvergé se repliega a la (entonces) diminuta villa de Baní.
       Don encontrábame yo, por accidente (o jaleos de negocios). Truecaba.
       A propósito, sorprendiome el curioso método que poseían para alumbrar sus vías: con velones de cera... y que un tal Martín -el farolero- encendía a las seis, y luego a las diez apagaba...
       (Disgresiones válidas, pues)
       En la Capital, Santana es investido por el Congreso como Jefe del Ejército Nacional. Y en Las Carreras derrota a los invasores, en un encuentro (violento) sin parangón.
       (Al volverse, las tropas de Soulouque pillan e incendian las ciudades de Azua y San Juan que...)
       Mella vincúlase entonces a éste, al considerarle como única garantía viable para preservar la independencia (ante el implacable asedio del vecino estado). Aquel desígnale su secretario particular.
       Luego Buenaventura Báez saca a Santana del poder. (Con su venia, Oh Excelentísimo...)
       Mella entonces se retira de nuevo a su viejo oficio de cortar madera, ahora en Puerto Plata, y se aleja de la vida pública.
       Cuan, perdime el contacto.
       (Ja, los tabaqueros del Cibao estaban que chispeaban. Estafados por Báez -harto corrupto y marrullero, la moneda devaluose a mil %-, pos rebélanse, y encabezados por Desiderio Valverde se...)
       Yo, aún insistíame en hallar el origen de mi mal (decía), y no desperdiciaba oportunidad cualfuese para internarme en las sagradas serranías, hacia el centro de la isla, es busca de tal réproba poza
       Quizás, pretendía analizar sus aguas, non se (que diablos conteníanse). ¡Oh fiel denostado hechizo que sobre mí pesose! Elucubraba.
       (1850 y pico), recuerdo alisteme en la expedición del cónsul británico en la isla, Sir Robert Hermann Schomburgk -naturalista, discípulo del célebre explorador Humboldt-, quien diba a la vega de Constanza (y Valle Nuevo). Apenas encontramos allí a unos cien vecinos, apilados en treinta moradas, maltrechas…
       Mal, nadie supo informarme acerca de la locación exacta del mentado hontanar… (13 grados Celsius, tiritaba yo. Habíame olvidado ya del friazo en…).
       (Curioso) y excavando (o escarbando) en una caverna mediata, nentre el barro, encontreme -sin testigos- una Piedra de Rayo (o hacha india), dizque mágica y con poderes sobrenaturales custodios, la cual conservo hasta oy
       (Ni exégesis pretendo).
       A mi regreso, el vapuleado navío de la República enfrentaba tempestades (inusitadas): Valverde -desde Santiago-, había derrocado a Báez. Mas a su vez, Santana tumba a Valverde. Y de inmediato, nombra a Mella como Comandante en Armas de la villa de Puerto Plata. Tanto, pronto aqueste enfréntase a su mentor cuando aquel inicia gestiones para devolver el país a España. Razón por la cual es desterrado a la isla de Saint-Thomas, donde padece enfermedad y pobreza (luego contáronme).
       Non pude verle. Desazonaba yo.
       Aún, evoco (con afecto) al cónsul Segovia -colega de Schomburgk-, quien me ofreció la ciudadanía hispana (¿teníala o no?), nun proceso de matriculación abierto para reclutar nacionales ante el conato de un protectorado estadounidense, y lo cual rechacé (de traza amable), quizás (y no solo) por las implicaciones y trasvericuetos legales de mi evidente e ilegítima atemporalidad (toreaba)… 
       De cara a tales aprietos, Mella intenta de nuevo retornar al país, pero es apresado, y de nuevo es reenviado al exilio. Ansi, y desde una goleta inglesa, le enrostra a Santana (cual está escrito): “…porque yo no soy súbdito de su Majestad Católica, ni he trocado, ni deseo canjear mi nacionalidad por otra alguna, habiendo jurado desde el día 27 de febrero de 1844 ser ciudadano de la República Dominicana, por cuya independencia y soberanía he prestado mis servicios…”
       El 15 de agosto de 1863, un día antes de la proclama restauradora de Capotillo, ingresa al territorio nacional, y de inmediato se integra a las labores emancipadoras.
       Al año siguiente, el gobierno nacionalista y restaurador santiagués le nombra como Ministro de Guerra. Allí recopila su Manual de Guerra de Guerrillas, instructivo militar, donde condensa toda su sabiduría como estratega y experto conocedor de su terruño.
       Finalmente, es designado Vicepresidente de la República de aqueste intento, mas no puede desempeñar sus funciones al agravarse su estado (general) de salud.
       ¡Oh San Eustaquio, Mártir!
       Postrado en su lecho de muerte -y sumido en la más absoluta pobreza-, recibe con satisfacción la visita de sus más preciados amigos y familiares. Entre ellos Duarte, ahora de nuevo en el país, siempre del lado de la patria.
       Arribeme apenas.
       Era un 4 de junio del 1864.
       Agonizaba (vile)…
       Tal, y en su último hálito de vida exclamose, sin fuerzas (oíle entrecortado): “Que… viva …la República… Dominicana…”, y expiró (lloré).
       Lloré por partida doble: aún ondeábase en ya ésta mi adoptiva patria el pabellón español (abjuraba yo).                                                                                                                    

                                                                                              C.V.

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