Gracias a algunos
reales que logré salvaguardar de la hecatombe (¡ah infortunados o trágicos sucesos
que quisiérame olvidar!) -en par de alforjas, soterradas-, atiné a comprar una
tierrilla en el este, la cual con el tiempo -y mi innata habilidad de crear
fortuna-, convirtiose en pródiga hacienda.
Rehabiliteme.
La colonia
había perdido su principalía (nel
contexto continental), y los medios de producción en la isla se aplatanaban por lo que…
Tanto, y con
los años -lustros más, y reveses- transmuteme en (exitoso) hatero de acaudalada
dote, y hasta proclive familia endilgueme -lo de Casco Duro era evidente, reincidía-, actores y escenario atribuibles
a tan inaudito relato, cuan (otrora)
sucediose. Os cuento.
Tal,
aconteció en la novel villa de Salvaleón (de Higüey). A satio fundada por el nombrado Esquivel, a mandato del temido
Ovando, en sus afanes colonizatrices
(?) y cristianizantes.
Cierto
habíame contagiado de aquella -ay mi Ananí-, en inventiva de voces y (traíalo a colación)…
Así, y al pie
del ocaso, nentre estrelidzias
fulgurantes que acezaban, estrallose núbil
la tarde.
Do apenas, una grácil ventolina anegaba cada intrínseco recodo de aquella
agora apacible estancia, aposta ligero conturbada por un murmullo
lejano como de tormenta (ratapún, ratapún, se oía).
(Dos lucios, translúcidos -o azules, rojos
pálidos- que engrudábanse al aljibe viejo, traveseaban las áridas canaletas de
barro cocido o tejas, anhelantes de...)
Y es que Ilusoria nunca entendiome...
Si apenas amigas, nomás aquellas eran. Aunque ella les nombraba sucursales. “Y a todo lo largo y ancho de la región…” (exageraba).
Situación (inadmisible) que causaba el desespero (ya el reperpero) y los celos infundados de la Ilusoria, que nin transaba.
(Santa Marta la Lubana -oh yoruba- por el carabanchel que oy vas a consumir,
el unto que aviva esta candila y la guata que aseó los Santos Óleos, concédeme
que el don no pueda estar ni vivir sereno, hasta que a mis pies no se hinque…)
De vano.
Viajaba mucho
yo. Jornadas largas arduas (y no
ardientes, pos) de negocios… Esclarecíame.
Preciso, fue
en uno desos escarpados derroteros, cuan
di a parar por la zona don verdeose Flor
de Aguas.
Rebuscábame la fuente de mi (condenada)
longevidad, acaso. So abrumaba, a
más...
Para esa época (evoco), aquella escasa comarca
albergaba a pocos huéspedes. Cierto,
su difícil accesibilidad y la falta de infraestructuras básicas para la
supervivencia humana, impidiéronse aquí por mucho tiempo la multiplicación de
la vida. Aún viles aquellas yegüejas y/o vaquillas enanas (?), traídas por un tal Victoriano (Velano), cual pululaban
por sus (cetrinos y) salvajes pastizales…
(Remembro), a
lo lejos diviseme a alguna que parecióseme a… (no, ni fue ella). Y claro, no
podía serlo, tantos… Mas, oseme (oh, otro desliz).
Exceso de
vigorosidad (aducía), mal…
Mesmo, siempre volvía a mis cabales, digo, a mis haberes y deberes
en la finca.
Así…
(Ah la
Ilusoria), procreamos a tres hijuelas, hembras: Eulolia, Idalia y Efigenia.
Eulolia e
Idalia, gemelas idénticas, ayudaban a aquella en los quehaceres de la casa, al
tiempo que cumplían con sus obligaciones
de escuela.
En tanto, Efigenia,
la mayor y siempretriste, pernoctaba
en su silla de ruedas, hilando de una rueca interminable, ¡oh prodigiosos
efluvios! que farto extasiaban a las otras
dos. Cuando no, leíales el Catecismo o historias de la iglesia (vidas de santos
y sus obras, Santa Teresa de Ávila, o Sor Juana Inés demás), ya los clásicos, o autores contemporáneos, u otras (que ella misma entretejía de su psique, farragosa pos).
Desde su
mocedad, habiásele diagnosticado una extraña dolencia -aún sin nombrar entonces,
y para la cual no conocíase cura-, fastidioso entramado que restringía sus
movimientos de las caderas para abajo, aquejándole además de dolamas y
estentores tan voraces, y que mayormente al desboronarse
el día, le agobiaban.
Bueno, agobiábannos
(a todos)…
Habíamos contactado
a un sinnúmero de experimentados galenos en la Capital, y (desesperados) hasta
brujos embaucadores, ya sibilas con
pericia, de las cercanías, mas (ineptos pues) ninguno daba pie con bola.
Y remedios, fasta untadas le albardabamos. Ansina, aquel embadurnado con alcohol, enliado
hasta las rodillas (tolloso). Aun, nada obrose (rememoro).
(Ya Ilusoria recogíase en fruición a Santa Rosa -de
Lima-, devota)
Un día una vecina suministrole en un frasco un
abejón muy grande que había atrapado con ese fin, dizque porque la picadura de
ese pájaro aliviaba el mal, mal la
hinchazón le duró hasta el día de Corpus. ¡Pobre de la Efigenia!, exclamáronse al
unísono (compungidas) las gemelas...
(Clo clo cló se oía, al cigarral)
Aquella noche
-y aún los ánimos algo caldeados en
nuestra alcoba-, Efigenia levantose sobresaltada.
Locuaces, prendimos las luces. Ya abordámosla a. Aquella
(jadeando aún) narronos el raro sueño, cual prolijo la alijaba (al lar).
Lábil, veíase
en el mismo -refería- desaforada correr, a
bies de senderos enmarañados y atestos de malezas que le atajaban… vadeando
cambrones liados e inextricables…
…(Parva ya), ojeose
arribar a un páramo. Don erigíase una
ermita (extraña). Muy nívea, y sin ventanas. Tan con siete pórticos (en arcos),
color magenta. Azorada -narraba Efigenia-, atravesó un portón enorme… Y sobrecogida,
refugiose en sus entrañas.
Allén, columbrose siete salas. Cada una
más hermosa y deslumbrante que la anterior. (Regio), ornadas de reliquias venerandas
y candelabros, adosados a sus setos (abarrotados)…
Tan sin miedo
-hiló aquella-, avanzó hasta la séptima cámara nela cual, y en su atrio medio, pendía aquella imagen de la Virgen que
encegueciola, casi.
(Elegíaco), describiole
enjaezada a un manto azul, que embozábale hasta el torso… Y en su testuz, (tul)
diadema en oro y rubíes, arando un tirón de estrellas que esparcíase hacia su
cinto, y pies… A su regazo, el Recién Nacido, tendido nun lienzo (albo), al pesebre de pajas. Y tras de sí, su consorte,
en bermeja capa, con un cirio a su siniestra… (De lejitos, dos joviales infantas le oteaban, contonos...)
Acometida.,
atreviose y apeolo para…
¿¡Oh, aquel sismo
-y no cisma-, o remenión aturdiola a...!?
(¡Run, tun tun, tun, varum, cachaplum,
tun, tun, run!) ¡Todo aquello colapsose! Apenas subsistiendo, ya entre escombros,
aquel ícono plasmado y la Efigenia (quien ilesa asíale, aún). So, abarloose a un naranjo…
(Aturdimosnos) (Pasmamos pos)
Así, y
durante varias noches y semanas, la niña
volvía a soñar el mismo sueño (igualitico, detallaba).
Obvio aprehendilo yo, con lujo de data.
Mesmo, seguíamos en sobresalto.
Razón
(ineludible) que encaminó mis pasos en dirección a Santo Domingo, donde dizque hallábase todo (se decía), en
busca de aquella versión de la Virgen que inquietábalos tanto, a ruego (y mil súplicas)
de la chicuela que lo inquiría.
(¡Ay, San
Expedito!)
Ni habíame
vuelto (desde el desacato corsario), mal no obtemperaba revolver malos
influjos...
Claro, de
paso, paseme por donde la Morocha,
una de mis amiguillas en San Pedro,
para no perder el tiro.
Tras la flaqueza, (desorientado) arribé
a la Ciudad Primada.
Don recorrime hasta la ceca, y la meca.
Y hasta a la caña vereca (asigún dicen) fuime. A pesar, ni
encontreme el sobredicho cuadro por parte.
¡Dichoso encargo!,
murmuraba yo (entredecía).
Nadie había
oído hablar de semejante imagen de la Virgen, y más con tales señas. Era el momentum mismísimo del Divino Alumbramiento,
cavilaba yo.
Aún
recuperábase la hidalgavilla del frustrado
asedio inglés -derrotadas (¡por un batallón
de cangrejos, reales sí!, ya el “procerazgo histórico” del Conde de Peñalva en
vez de Montemayor de Cuenca) las cuantiosas tropas de Oliverio Cromwell, al
mando de Penn y Venables- y poco se movía (eso supe).
Derrengado ya, decidime pasar por casa
de unos parientes, dispuesto a posar en su domicilio.
(...La villa -blanca- de San Carlos... Como
usual, nuestra habitual -y proverbial- hospitalidad desbordaba a...)
Ora, aquestos tampoco habían oído hablar de
la mentada alegoría.
(El tiempo de Dios no es necesariamente el
nuestro…)
Nesas abstractas disquisiciones enliábamosnos, cuando alguien (¿quién era?) tocó a
la puerta.
Aquella misteriosa
figura -cual ángel, aparecido-, de copiosa barba y rostro ajado (muy),
encandilonos a todos (anonadaba yo).
Así, y de
manera subrepticia -sin palabras pronunciar siquiera-, el extraño anciano (pareciome)
arriose su costal, que a duras penas cargaba, cuan desenlió sobre la mesa de tablones el lienzo, contrito. ¡Pasmoso!
(insufleme).
“He aquí la
imagen de la Alta Gracia”, solo (leve) musitó aquel (ininteligible).
Balbuceante (apenas), saqué una bolseja preñada
de maravedíes y díjele: “Gracias señor,... mil gracias (¡finalmente!),... ¿cuánto
le debo señor?”. “No me debe nada”, contestome aquel. “Solo cumpla con el
encargo que prometiole a su vástaga (lisiada)”. Y partió.
Todos quedanse estupefactos. ¡Prodigios de
Cuaresma! (?), farfulló alguno. Unotros,
y aquestos, epataban. Entanto, la conturbadora reliquia llenaba
de luz a aquella humilde vivienda que agora
irremisible le acogía…
(Aquel tazón de chocolate de agua -ya frío- desperdiciose intocado a la repisa
que...)
Al día
siguiente, salí temprano, de vuelta a
la hacienda, con el bendito retrato, digo, con el retrato bendito bajo el
brazo, raudo (tan larga, la vía se fiso).
Evocaba.
(Acullá), todos esperábanle en ascuas. Alborzados,
recibiéronme con júbilo exacerbado: ¡por fin, el sagrado lienzo!
Ipso facto, colgámoslo de la pared, para
ser venerado (por todos). Confeso católico yo (manque no practicante…), regocijeme (a atar) admitilo.
María
Santísima…, monsergábase alguna (y atisbaba).
Don (juntos) oramos.
Esa noche la
niña Efigenia durmió demás (de pláceme), y sin sobresaltos, nomás...
Ya, y ¡ah
estupor! A primas luces, el enigmático retrato -si así se puede tildar- ¡había desaparecido de su sitio en
la sala, donde pendía!
“¡Jesuavemariapurísima (sin pecado
concebida)!”, exclamose (ya en cuclillas) tía Genilda (¿de dónde saliose aquesta?)…
Y hurgando,
escarbando, encontrámoslo trepado en la copa de aquel naranjo (en flor), y que por
cierto había plantado allí la Efigenia cuando apenas tres abriles tenía, pero que había crecido enorme...
Tanto, ¿y
quién habíale encaramado allá, y tan alto?, rezongábase (aquel clan). Furibundamos. (Eduviges, la lacaya –loca
ya-, santiguose vi...)
(Harto) veloz,
Eulolia (avispada a más), gaviose en
el fornido árbol, y de plano bajó, bajo aclamaciones, la escurridiza imagen de aquella
evasiva santa.
Mas, y ¡oh,
cónchole!, al otro día, el retrato de Tatica
- como afectuoso bautizámosla- ¡volvía a desaparecer de nuevo de su sitio!, y
reaparecíase en la copa (muy alta) del dichoso naranjo.
La curiosa
situación repitiose, una, y otra, y otra vez, hasta que, y finalmente, optamos
por hacerle una garita allí, bajo el mentado árbol, donde reposaría inamovida par de siglos, cuando
edificáronle una iglesiota enorme (o
basílica), en el mismísimo centro del pueblo -a su honra, pos-, y fasta nombráronle
Matrona Espiritual desta media isla, y más. ¡Ofrézcome!
(entrevime yo)…
(El 21 de enero de 1691, en la denominada
Batalla de la Sabana Real o de la Lemonade, las tropas criollas al mando del
General Sandoval, derrotaron a los franceses, achacándosele la alta victoria
nese día, hoy dedicado a ella)
Con el
tiempo, la niña Efigenia se deshizo de su sillón de ruedas ¡y volvió a caminar!
Milagro o no, no lo sé (laralá, lariló,
laralá cantaba). Ni a temperar, fue el facto.
Aunque luego
sumáronse otros, y otros, y tantas obras, que ya ni supe ni que pensar. Por
demás,... todo siempre es cuestión de fe (decíase mi sabia abuela, doña Elvira
de Pontevedra, que en su celestial
Granada descanse)…
Al final,
Ilusoria hartose de mis (supuestas) infidelidades, y una tarde en que no estaba
al hogar -como usual-, aquella recogiose a las niñas (las tres), y
llevóselas lejos.
Nunca más
volví a verlas (tragóselas la tierra,
creíme).
Busquelas,
busquelas y nada (Negaba).
Fidedigno, alguien
(contome) violes (a las cuatro) alguna vez -por allá hacia el 1700 y pico- en
Antigua, Guatemala - previo al Gran
Terremoto -, mas fue somero.
Desde
entonces, perdile el rastro.
Aún luego, una
carta, y par dotras misivas perdidas,
o más…
(Nostalgias
vagas)
Sin nada (ni
nadie) que me atara por aquellos predios, quemé todo a precio de vaca muerta, y establecime definitivamente en Santo
Domingo. Eran otros tiempos, y…
Aquí reharía
mi vida, pensaba.
(Hojeeme el Diario de Lescallier, enviado del
Gobernador francés D'Estaing al lado español oriental... Al igual que él, enamoraba desta tierra: Maravilleme de
la belleza virgen de los paisajes, tapizados de intenso verdor, y cuya soledad
majestuosa e imponente es interrumpida a intervalos por algunas sabanas donde
pasta el ganado, bajo el cuidado de una raza, mezcla de europeos e indios, unas
minúsculas plantaciones, y algún que otro caserío...)
La parte
occidental de la isla había sido formalmente cedida por España a Francia (1697)
-tras su derrota en la Guerra de los Nueve Años, mediante el Tratado de Ryswick,
aún no fue hasta 1777 (T. de Aranjuez) cuando trazose la frontera-, y entonces implantábase
un férreo sistema de plantaciones de
azúcar, cacao, café, añil y algodón (entre otros rubros agrícolas), basamentado
en la trata de esclavos negros, raudo convirtiéndose aquella en la colonia más rica del mundo.
Diantre.
Se decía que
producía un tercio del azúcar mundial, y cerca de la mitad del café de la
época.
Como era de
esperarse, tal situación imperante de injusticias y atropellos (tan brutal),
habría de desatar los demonios -a ritmo de gagá,
o rará- dese lado, y deste.
(Tua-tuá) (Pitos)
(Al norte, Washington, Jefferson,
Franklin y Adams originan una nueva nación -signada por su Destino Manifiesto-
que socava a la hegemonía británica global para siempre)
La historia
entonces torcía…
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