viernes, 7 de enero de 2011


Cap. VIII - El Sueño de Efigenia 
(de mi novela "Yo, Rodrigo de Siglos")

                                               
                                                    
       Gracias a algunos reales que logré salvaguardar de la hecatombe (¡ah infortunados o trágicos sucesos que quisiérame olvidar!) -en par de alforjas, soterradas-, atiné a comprar una tierrilla en el este, la cual con el tiempo -y mi innata habilidad de crear fortuna-, convirtiose en pródiga hacienda.
       Rehabiliteme.
       La colonia había perdido su principalía (nel contexto continental), y los medios de producción en la isla se aplatanaban por lo que…
       Tanto, y con los años -lustros más, y reveses- transmuteme en (exitoso) hatero de acaudalada dote, y hasta proclive familia endilgueme -lo de Casco Duro era evidente, reincidía-, actores y escenario atribuibles a tan inaudito relato, cuan (otrora) sucediose. Os cuento.   
       Tal, aconteció en la novel villa de Salvaleón (de Higüey). A satio fundada por el nombrado Esquivel, a mandato del temido Ovando, en sus afanes colonizatrices (?) y cristianizantes.
       Cierto habíame contagiado de aquella -ay mi Ananí-, en inventiva de voces y (traíalo a colación)…
       Así, y al pie del ocaso, nentre estrelidzias fulgurantes que acezaban, estrallose núbil la tarde.
       Do apenas, una grácil ventolina anegaba cada intrínseco recodo de aquella agora apacible estancia, aposta ligero conturbada por un murmullo lejano como de tormenta (ratapún, ratapún, se oía).
       (Dos lucios, translúcidos -o azules, rojos pálidos- que engrudábanse al aljibe viejo, traveseaban las áridas canaletas de barro cocido o tejas, anhelantes de...)
       Y es que Ilusoria nunca entendiome...
       Si apenas amigas, nomás aquellas eran. Aunque ella les nombraba sucursales. “Y a todo lo largo y ancho de la región…” (exageraba). Situación (inadmisible) que causaba el desespero (ya el reperpero) y los celos infundados de la Ilusoria, que nin transaba.
       (Santa Marta la Lubana -oh yoruba- por el carabanchel que oy vas a consumir, el unto que aviva esta candila y la guata que aseó los Santos Óleos, concédeme que el don no pueda estar ni vivir sereno, hasta que a mis pies no se hinque…)
       De vano.
       Viajaba mucho yo. Jornadas largas arduas (y no ardientes, pos) de negocios… Esclarecíame.
       Preciso, fue en uno desos escarpados derroteros, cuan di a parar por la zona don verdeose Flor de Aguas.
       Rebuscábame la fuente de mi (condenada) longevidad, acaso. So abrumaba, a más...
       Para esa época (evoco), aquella escasa comarca albergaba a pocos huéspedes. Cierto, su difícil accesibilidad y la falta de infraestructuras básicas para la supervivencia humana, impidiéronse aquí por mucho tiempo la multiplicación de la vida. Aún viles aquellas yegüejas y/o vaquillas enanas (?), traídas por un tal Victoriano (Velano), cual pululaban por sus (cetrinos y) salvajes pastizales…
       (Remembro), a lo lejos diviseme a alguna que parecióseme a… (no, ni fue ella). Y claro, no podía serlo, tantos… Mas, oseme (oh, otro desliz).
       Exceso de vigorosidad (aducía), mal…
       Mesmo, siempre volvía a mis cabales, digo, a mis haberes y deberes en la finca.
       Así…
       (Ah la Ilusoria), procreamos a tres hijuelas, hembras: Eulolia, Idalia y Efigenia.
       Eulolia e Idalia, gemelas idénticas, ayudaban a aquella en los quehaceres de la casa, al tiempo que cumplían con sus obligaciones de escuela.
       En tanto, Efigenia, la mayor y siempretriste, pernoctaba en su silla de ruedas, hilando de una rueca interminable, ¡oh prodigiosos efluvios! que farto extasiaban a las otras dos. Cuando no, leíales el Catecismo o historias de la iglesia (vidas de santos y sus obras, Santa Teresa de Ávila, o Sor Juana Inés demás), ya los clásicos, o autores contemporáneos, u otras (que ella misma entretejía de su psique, farragosa pos).
       Desde su mocedad, habiásele diagnosticado una extraña dolencia -aún sin nombrar entonces, y para la cual no conocíase cura-, fastidioso entramado que restringía sus movimientos de las caderas para abajo, aquejándole además de dolamas y estentores tan voraces, y que mayormente al desboronarse el día, le agobiaban.
       Bueno, agobiábannos (a todos)…
       Habíamos contactado a un sinnúmero de experimentados galenos en la Capital, y (desesperados) hasta brujos embaucadores, ya sibilas con pericia, de las cercanías, mas (ineptos pues) ninguno daba pie con bola.
       Y remedios, fasta untadas le albardabamos. Ansina, aquel embadurnado con alcohol, enliado hasta las rodillas (tolloso). Aun, nada obrose (rememoro).
       (Ya Ilusoria recogíase en fruición a Santa Rosa -de Lima-, devota)
       Un día una vecina suministrole en un frasco un abejón muy grande que había atrapado con ese fin, dizque porque la picadura de ese pájaro aliviaba el mal, mal la hinchazón le duró hasta el día de Corpus. ¡Pobre de la Efigenia!, exclamáronse al unísono (compungidas) las gemelas...    
       (Clo clo cló se oía, al cigarral)
       Aquella noche -y aún los ánimos algo caldeados en nuestra alcoba-, Efigenia levantose sobresaltada.
       Locuaces, prendimos las luces. Ya abordámosla a. Aquella (jadeando aún) narronos el raro sueño, cual prolijo la alijaba (al lar).
       Lábil, veíase en el mismo -refería- desaforada correr, a bies de senderos enmarañados y atestos de malezas que le atajaban… vadeando cambrones liados e inextricables…
       …(Parva ya), ojeose arribar a un páramo. Don erigíase una ermita (extraña). Muy nívea, y sin ventanas. Tan con siete pórticos (en arcos), color magenta. Azorada -narraba Efigenia-, atravesó un portón enorme… Y sobrecogida, refugiose en sus entrañas.
       Allén, columbrose siete salas. Cada una más hermosa y deslumbrante que la anterior. (Regio), ornadas de reliquias venerandas y candelabros, adosados a sus setos (abarrotados)…
       Tan sin miedo -hiló aquella-, avanzó hasta la séptima cámara nela cual, y en su atrio medio, pendía aquella imagen de la Virgen que encegueciola, casi.
       (Elegíaco), describiole enjaezada a un manto azul, que embozábale hasta el torso… Y en su testuz, (tul) diadema en oro y rubíes, arando un tirón de estrellas que esparcíase hacia su cinto, y pies… A su regazo, el Recién Nacido, tendido nun lienzo (albo), al pesebre de pajas. Y tras de sí, su consorte, en bermeja capa, con un cirio a su siniestra… (De lejitos, dos joviales infantas le oteaban, contonos...)
       Acometida., atreviose y apeolo para…
       ¿¡Oh, aquel sismo -y no cisma-, o remenión aturdiola a...!? (¡Run, tun tun, tun, varum, cachaplum, tun, tun, run!) ¡Todo aquello colapsose! Apenas subsistiendo, ya entre escombros, aquel ícono plasmado y la Efigenia (quien ilesa asíale, aún). So, abarloose a un naranjo…
       (Aturdimosnos) (Pasmamos pos)
       Así, y durante varias noches y semanas, la niña volvía a soñar el mismo sueño (igualitico, detallaba).
       Obvio aprehendilo yo, con lujo de data.
       Mesmo, seguíamos en sobresalto.
       Razón (ineludible) que encaminó mis pasos en dirección a Santo Domingo, donde dizque hallábase todo (se decía), en busca de aquella versión de la Virgen que inquietábalos tanto, a ruego (y mil súplicas) de la chicuela que lo inquiría.
       (¡Ay, San Expedito!)
       Ni habíame vuelto (desde el desacato corsario), mal no obtemperaba revolver malos influjos...
       Claro, de paso, paseme por donde la Morocha, una de mis amiguillas en San Pedro, para no perder el tiro.
       Tras la flaqueza, (desorientado) arribé a la Ciudad Primada.
       Don recorrime hasta la ceca, y la meca.
       Y hasta a la caña vereca (asigún dicen) fuime. A pesar, ni encontreme el sobredicho cuadro por parte.
       ¡Dichoso encargo!, murmuraba yo (entredecía). 
       Nadie había oído hablar de semejante imagen de la Virgen, y más con tales señas. Era el momentum mismísimo del Divino Alumbramiento, cavilaba yo.
       Aún recuperábase la hidalgavilla del frustrado asedio inglés -derrotadas (¡por un batallón de cangrejos, reales sí!, ya el “procerazgo histórico” del Conde de Peñalva en vez de Montemayor de Cuenca) las cuantiosas tropas de Oliverio Cromwell, al mando de Penn y Venables- y poco se movía (eso supe).   
       Derrengado ya, decidime pasar por casa de unos parientes, dispuesto a posar en su domicilio.
       (...La villa -blanca- de San Carlos... Como usual, nuestra habitual -y proverbial- hospitalidad desbordaba a...)
       Ora, aquestos tampoco habían oído hablar de la mentada alegoría.
       (El tiempo de Dios no es necesariamente el nuestro…)
       Nesas abstractas disquisiciones enliábamosnos, cuando alguien (¿quién era?) tocó a la puerta.
       Aquella misteriosa figura -cual ángel, aparecido-, de copiosa barba y rostro ajado (muy), encandilonos a todos (anonadaba yo).
       Así, y de manera subrepticia -sin palabras pronunciar siquiera-, el extraño anciano (pareciome) arriose su costal, que a duras penas cargaba, cuan desenlió sobre la mesa de tablones el lienzo, contrito. ¡Pasmoso! (insufleme).
       “He aquí la imagen de la Alta Gracia”, solo (leve) musitó aquel (ininteligible). Balbuceante (apenas), saqué una bolseja preñada de maravedíes y díjele: “Gracias señor,... mil gracias (¡finalmente!),... ¿cuánto le debo señor?”. “No me debe nada”, contestome aquel. “Solo cumpla con el encargo que prometiole a su vástaga (lisiada)”. Y partió.
       Todos quedanse estupefactos. ¡Prodigios de Cuaresma! (?), farfulló alguno. Unotros, y aquestos, epataban. Entanto, la conturbadora reliquia llenaba de luz a aquella humilde vivienda que agora irremisible le acogía…
       (Aquel tazón de chocolate de agua -ya frío- desperdiciose intocado a la repisa que...)
       Al día siguiente, salí temprano, de vuelta a la hacienda, con el bendito retrato, digo, con el retrato bendito bajo el brazo, raudo (tan larga, la vía se fiso). Evocaba.
       (Acullá), todos esperábanle en ascuas. Alborzados, recibiéronme con júbilo exacerbado: ¡por fin, el sagrado lienzo!
       Ipso facto, colgámoslo de la pared, para ser venerado (por todos). Confeso católico yo (manque no practicante…), regocijeme (a atar) admitilo.
       María Santísima…, monsergábase alguna (y atisbaba). Don (juntos) oramos.
       Esa noche la niña Efigenia durmió demás (de pláceme), y sin sobresaltos, nomás...
       Ya, y ¡ah estupor!  A primas luces, el enigmático retrato -si así se puede tildar- ¡había desaparecido de su sitio en la sala, donde pendía!
       “¡Jesuavemariapurísima (sin pecado concebida)!”, exclamose (ya en cuclillas) tía Genilda (¿de dónde saliose aquesta?)…
       Y hurgando, escarbando, encontrámoslo trepado en la copa de aquel naranjo (en flor), y que por cierto había plantado allí la Efigenia cuando apenas tres abriles tenía, pero que había crecido enorme...
       Tanto, ¿y quién habíale encaramado allá, y tan alto?, rezongábase (aquel clan). Furibundamos. (Eduviges, la lacaya –loca ya-, santiguose vi...)
       (Harto) veloz, Eulolia (avispada a más), gaviose en el fornido árbol, y de plano bajó, bajo aclamaciones, la escurridiza imagen de aquella evasiva santa.
       Mas, y ¡oh, cónchole!, al otro día, el retrato de Tatica - como afectuoso bautizámosla- ¡volvía a desaparecer de nuevo de su sitio!, y reaparecíase en la copa (muy alta) del dichoso naranjo.
       La curiosa situación repitiose, una, y otra, y otra vez, hasta que, y finalmente, optamos por hacerle una garita allí, bajo el mentado árbol, donde reposaría inamovida par de siglos, cuando edificáronle una iglesiota enorme (o basílica), en el mismísimo centro del pueblo -a su honra, pos-, y fasta nombráronle Matrona Espiritual desta media isla, y más. ¡Ofrézcome! (entrevime yo)…
       (El 21 de enero de 1691, en la denominada Batalla de la Sabana Real o de la Lemonade, las tropas criollas al mando del General Sandoval, derrotaron a los franceses, achacándosele la alta victoria nese día, hoy dedicado a ella)
       Con el tiempo, la niña Efigenia se deshizo de su sillón de ruedas ¡y volvió a caminar! Milagro o no, no lo sé (laralá, lariló, laralá cantaba). Ni a temperar, fue el facto.
       Aunque luego sumáronse otros, y otros, y tantas obras, que ya ni supe ni que pensar. Por demás,... todo siempre es cuestión de fe (decíase mi sabia abuela, doña Elvira de Pontevedra,  que en su celestial Granada descanse)…
       Al final, Ilusoria hartose de mis (supuestas) infidelidades, y una tarde en que no estaba al hogar  -como usual-, aquella recogiose a las niñas (las tres), y llevóselas lejos.
       Nunca más volví a verlas (tragóselas la tierra, creíme).
       Busquelas, busquelas y nada (Negaba).
       Fidedigno, alguien (contome) violes (a las cuatro) alguna vez -por allá hacia el 1700 y pico- en Antigua, Guatemala - previo al Gran Terremoto -, mas fue somero.
       Desde entonces, perdile el rastro.
       Aún luego, una carta, y par dotras misivas perdidas, o más…
       (Nostalgias vagas)
       Sin nada (ni nadie) que me atara por aquellos predios, quemé todo a precio de vaca muerta, y establecime definitivamente en Santo Domingo. Eran otros tiempos, y…
       Aquí reharía mi vida, pensaba.
       (Hojeeme el Diario de Lescallier, enviado del Gobernador francés D'Estaing al lado español oriental... Al igual que él, enamoraba desta tierra: Maravilleme de la belleza virgen de los paisajes, tapizados de intenso verdor, y cuya soledad majestuosa e imponente es interrumpida a intervalos por algunas sabanas donde pasta el ganado, bajo el cuidado de una raza, mezcla de europeos e indios, unas minúsculas plantaciones, y algún que otro caserío...)
       La parte occidental de la isla había sido formalmente cedida por España a Francia (1697) -tras su derrota en la Guerra de los Nueve Años, mediante el Tratado de Ryswick, aún no fue hasta 1777 (T. de Aranjuez) cuando trazose la frontera-, y entonces implantábase un férreo sistema de plantaciones de azúcar, cacao, café, añil y algodón (entre otros rubros agrícolas), basamentado en la trata de esclavos negros, raudo convirtiéndose aquella en la colonia más rica del mundo.
       Diantre.
       Se decía que producía un tercio del azúcar mundial, y cerca de la mitad del café de la época.
       Como era de esperarse, tal situación imperante de injusticias y atropellos (tan brutal), habría de desatar los demonios -a ritmo de gagá, o rará- dese lado, y deste.
       (Tua-tuá) (Pitos)
       (Al norte, Washington, Jefferson, Franklin y Adams originan una nueva nación -signada por su Destino Manifiesto- que socava a la hegemonía británica global para siempre)
       La historia entonces torcía…

                                                                                                                     C.V.


                                                                                               

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