viernes, 21 de enero de 2011


Cap. II - Ananí, o Flor de Aguas 
(de mi novela "Yo, Rodrigo de Siglos")





               En la ensenada ya (idílica), pudimos rescatar algunos atadijos, y provisiones (en baúles, y cajas), o unotros enseres.
       Luego entereme que aquel territorio insular, al que Colón bautizole con el pomposo nombre de la Hispaniola (o Pequeña España), estaba sub-dividido en cinco grandes cacicazgos: Marién, Maguá, Jaragua, Maguana e Higüey, los cuales estaban gobernados por reyezuelos denominados caciques, pertenecientes a las diferentes tribus que coexistían (a duras penas) naquel terruño.
       Subsanada la debacle, ya en tierra firme, de manera farto efusiva (sorprendime) recibionos el cacique de Marién, Guacanagarix, y toda su alborotada corte -ataviados de plumas, y flecos manidos, y en enaguas-, con alhajas -y corozos- y viandas (varias), otrora frutos raros y coloridos (caimitos, hicacos, chirimoyas, mameyes…), y fasta pájaros (cacatúas, papagayos y demás), congraciose (pretendía) con aquestos que (dizque del cielo) aviniéronse.
       “Estaba escrito…”, (luego contaríanme) murmuraban por lo bajo.
       Entanto, ofreciles (yo) -de untado- par de cuentecillas vítreas (turquesa), y un espejillo cubierto en piel de cabra curtida (¡maravilláronse!) que guardaba en mis holgados calzoncetes (muy mojados aún)…
       ¡Érase albor daquestos tiempos (modernos)!
       Y con los restos (maderos, y escombros) de aquella embarcación esmagada, y palos (de guayacán) de los alrededores, edificamos aquel fortín (cual primacía) el día de la Natividad del Señor (y ansí nombrámosle).
       Los nativos de aquesta isla, mayormente indígenas taínos, de pacífico historial y bonachona traza (exhaleme) -orgullosos descendientes de los originarios arawacos venidos de Venezuela y las Guayanas-, dedicábanse a las actividades agrícolas primarias, en sus conucos o en pequeñas plantaciones -tumba y quema, o coa en mano-, así como a la caza y a la pesca con chinchorros (advertime).
       Manque también eran habilidosos talladores, alfareros, y hasta cesteros (entre henequén y cabuya) constataba…
       Todo fue tan púber (parecía).
       Así, y exangüe ya (tras las labores de construcción), adoseme a alguna vide de playa (a su sombra), y hasta el sol del otro día (relajanme, riense)…  
       Nese pábulo, Colón partió de nuevo a España.
       Y don Diego de Arana -nada que ver con mi madrecita, pero- quedó de suplente, al frente de aquella guarnición, simiente primigenia de la extinta villa de la Isabela.
       Tal, y aprovechando que salimos de tournée, un grupo (a la sierra, cercana) -aún avistábanse las velas de la escuadra breve del Descubridor, en lontananza-, cuan hordas de indígenas caribes, destruyéronse a aquella fortaleza (en andanadas, con flechas incendiarias y filosas lanzas de punta de piedra). Asesináronse a todos. “¡Troglodíticos!”, vociferábame yo a la vuelta.
       (Oblivios), los sobrevivientes, enterramos a los finados
       Al retornar Colón, en su segundo viaje -viniendo desde Jamaica, y pasando por las islitas Beata y Alto Velo-, ni amilanose.
       (Ya) preparó una expedición al interior, hacia las montañas, en busca del preciado mineral, y otras minucias (comentome). Reapertrechado (ora) Virrey de las Tierras Descubiertas y Almirante de la Mar Océana por los Reyes Católicos, tenía órdenes expresas de… ¡Ah cobdicia edulcorada!
       Antonces, oíanse historias de alguna pequeña aldea (legendaria), enclavada en un hermoso valle nel centro de la isla -allende a la Cordillera Madre-, y que como tal aún no ostentábase nombre, donde aquellos indios escondíanse algún tesoro insondable (trascendiose)…
       Ubicado en las entretelas insulares del cacicazgo de Maguana, aquel villorrio caía bajo la jurisdicción directa del temido cacique caribe Caonabo, el cual (se dice) anexóselo arrebatándoselo a su par de Maguá, el valiente Guarionex, mas eso no puedo arrizarlo.
       De connotada gallardía y raza, el mentado Caonabo poseía una extensa prole que (y tal chismorreáronme) esparcíase cual si cerril verdolaga a traviesa de sus dominios y aldeas adláteres. Aquesto, a pesar de haberse amancebado oficialmente con la bella Anacaona, hermana del cacique de Jaragua nombrado Bohechío, y la cual rabiaba en achares (palmario)... ¡Oh inicuas lenguas!
       Una tarde desas, mientras tomaba un baño de río (a solas), con mi casco (blasón) y coraza (refulgentes) apilados a la orilla -aun mi espada desenvainada, bajo el agua-, oíme aquel esmirriado chasquido (como de bracteolas secas) tras los arbustos.
       Soplaba un céfiro leve (lembro)…
       Al voltearme, oteela a aquella (petrifiqueme).
       Divagaba (perdida)…
       Tanto, viome.
       (Cual mítico tritón), mi “tez lucia, como la masa fresca de los anones del monte, y esputado torso cuan de pedernal (o silex)” (luego contaríame), arrobola a aquella. Ya, náyade (o sílfide pos) extinta, de zaínas hebras o rafias, y tez cobriza, a semejanza de los cacaos (vestales) en celo, embebiome al dolo.
       Tras el doble fulgurazo…
       Aquesta (huraña), fuyose al bosque, despavorida.
       Raudo, híceme de mis vestiduras, y traté de seguirle el rastro.
       Mas, ya fue tarde.
       La atarantada (zagala) corría, y aleaba a las algaidas endrinas de aquel bosque recio y enmarañado, plagado (creíme) de aves zorzales y zarzamoras (?).
       Remontaba a.
       (Desolado), ni volví a verle. Olvidela (penseme).
       No obstante, y en mis ratos de ocio…
       Cabreado el Almirante, por aquello de la destrucción del fuerte, esperose el mínimo amago de rebelión para soltarle los perros (no mudos) a esos infieles.
       Así, cuan avizoráronse a la mentada aldea (incólume), a lo lejos, nin titubeose (encargome, comandaba yo). Irascible.
       Aquel tiempo (veleidoso) -agora brumoso, otrora altisonante-, augurábase tormentas, hacia el oeste.
       ¡Cuan inédito lance!
       A lo lejos, divisáronse bandadas de caos (avecillas) pinaleros que circuncidaban el aire, por demás enrarecido.
       El yucayeque dormía…
       De súbito, un procaz estruendo -a urdir, de empírea traza-, inundó a aquella bonancible estancia, espantando a los pájaros clarines de garganta rufa que (azogados) fuyéronse ante el bestial apremio.
       ¡Rolliza fauna!, acoteme.
       Y al mando de tal barbárica caballería, irrumpimos naquel agora soliviantado pueblillo, y salvajes destruímos, y saqueamos (inmisericordes) todo a nuestro paso.
       Cuanta saña (deploro hogaño).
       (¡Oh San Caralampio!)
       Vano, un fotuto de lambí mugiose… oí extinguía, de baque
        (¡Huesque, huesque!)
       Muitos, aterrorizados, escabulliéronse despavoridos hacia el monte y arboleríos cercanos, tratando de resguardar el pellejo.
       El incendio era total. Y la fiera gazuza áurea (¡oh capital vileza!), demoledora. Agora renegaba (a más)…
       Al lomo de mi Rutilante -debutante nestas gredas-, enfílé en dirección al bosque (ensoberbecido yo), atezaba el paso. Ya en un (tris) santiamén, encastré a aquel par (a mis anchas).
       Alguna desfalleciose (pareciome). Y trémula vile encomendarse a Yocahú, su dios (repetía, y conturbábame)…
       Amén, ¡reconocila! Reprendime: “¡Era ella! ¡Era ella! ¡Era ella!”
       Aquella enmudeciose al trismo.
       De inmediato, ordené detener la refriega y… “¡Alto al fuego! ¡Alto al fuego!”, gruñiles desaforado.
       Los demás soldados, aturdidos, acaso ni (lo) comprendían.
       Vallada ya, la escaramuza aplazose. Y las llamas contuviéronse (lelas), con agua del cielo (jarineaba antonces)...
       Luego díjome su nombre: Ananí. Que en lenguaje aborigen significa Flor de Aguas.
       Como tal (explicome), aquella había sido alumbrada a orillas del arroyo grande que circunvalábase a aquel bucólico caserío. Cierto, la disparidad lingüística nunca fue óbice.
       Tan, renací yo, a su vera...
       Ananí, o Flor de Aguas -o como prefiráis nombrarle-, había crecido correteando y auscultando las lucidas praderas y recónditos breñales de la zona, compitiendo en perspicacia y galanura con la ubérrima naturaleza que le circundaba (glosaban).
       Así, y de extraordinarias dotes humanas e intelectuales orlada, dilucidábase entresijos, o procreaba vocablos ingeniosos, por su onomatopeya. Y hasta arbitrábase a favor de los más débiles, en el Consejo de los Venerables (o algo así).
       Aquel día en que viome por vez primera (contome), cuan retornose a la villa en tedio don moraba, apenas mencionó lo ocurrido.
       Remedáronse, tos.
       Tal veíasele suspirar entre las piedras (descomunales), junto a la ría, como alma en desahucio… Expiose (a fe).
       “Ni siquiera batú o pelota de los montes -sin manos y sin pies, mas con cabezas, con señas describía la tía Onaida- vieron jugose, como usual acostumbraba. Nin participaba en los hieráticos ceremoniales que la colectividad prolijaba a sus cemíes (ídolos) y deidades, o contimás, apilados al caney (bohío principalísimo) del padrote sacro”, conciso añadía.
       Antonces pifiaban: “Ha de ser la pubertad” (jo arrimaba la hermanastra a su adobado duho).
       “O quizás fuele un embrujo que le echaron”, murmuráronse (ingenuos, muy) unotros.
       Y al behique de la tribu la llevaron. Aquel, como poseso (o ralo, cuentan) -cachimbo en boca, montado-, rociole con un ramo de llantén y agua del río, “¡Benedicta!” exhalaba, y nada.  
       Tan, la madre diole baños de higüero con pétalos de rosas Bayahibe (de acá traídas), y hasta areítos danzaron (a su derredor), mas ni ansina.
       ¡Cuanta inútil parafernalia!, expreseme.
       Demás, todos erranse. Si era del mal de amor lo que Ananí padecía. Y para eso solo el amor, y apenas el amor, motriz del cosmos -sin más sinónimos-, y no menjurjes ni tizanas (o brebajes) le aliviarían (atizaban).
       (Ah...)
       Y como ida, explayábase, horas hueras, tendida en su sórdida hamaca. Hilvanando sueños de la montaña y sus sigilos…
       Contaban.
       (Tanto), fue cuando ocurrió el desaguisado.
       Empero, aquello era agua pasada (agraz).
       Ya, los (sacros) esponsales -cual supuse la regla- celebráronse sucintos.
       Oh, convencile al resto (¡ah osadía!). Y en connivencia con la eufórica (e híbrida) clerecía…
       Don, acudiéronse nitaínos (nobles), y fasta naborias (labradores), tantos. Toda la comarca compareciose a tan singular y heterodoxa homilía.
       Y por supuesto, de mi bando, escuderos, alabarderos, truhanes, y demás, asistiéronse en lacónico tropel al casamiento. Mal, el Almirante no gustaba destos guateques… (¡Majaderías!, bufaba).
       (Afiucio oy).
       Aún Ananí, era ahora rebautizada con el también propicio nombre cristiano de Constanza. Iniciábase entonces un proceso de evangelización que no culminaría ni con la Conquista (teoriceme).
       El velado regocijo descollose bacanal. Y el pan de cazabe (de yuca) adobado rodó, y hasta siropes y extractos varios, y viandas -mahiz, mapuey, batatas y más-, manjares de dioses, del mar y los manglares, y de las lomas (proclives)...
       Y al ofertorio, ¡ni cuánta gente!, arrumbanse... Válgame deciros, ¡enjundioso! Sobreseía.
       (¡Vihuelas!, ¡panderos, laúdes, maracas!)
       Ananí y yo, delirábamos.
       (Aun el destino tejía otros rumbos)
       Caonabo enfurecido, tarde enterose…                                                                                                        

                                                                                              C.V.


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