jueves, 18 de junio de 2015



Cap. XIII - Macabros Delirios... 
(de mi novela "Yo, Rodrigo de Siglos")




           Arreciaba el siglo diecinueve (a pujanza).
       Y el taimado dictador Ulises Heureaux -mejor conocido por todos como Lilís-, había ordenado derrumbar el tramo de la muralla que aprisionaba a la ciudad de Santo Domingo hacia el oeste, a fin de extender su trazado urbano mediante la prolongación de las calles de las Mercedes, Santo Tomás y la Misericordia, hacia la entonces denominada (y descampada) Sabana del Rey.
       (La epidemia de cólera que mermó a la población hacia el año de 1867 -y en el 68-, ocasionó que aquellos terrenos fueran utilizados como cementerio improvisado al...)
       Así empieza el sector capitalino de Ciudad Nueva a expandirse (extramuros), y a convertirse en un pintoresco conglomerado de viviendas y negocios don moradores y unotros, venidos de toda la Capital y el resto de la patria, sembraron sus raigones aquí.
       Yo, a gran honra, fui uno desos.
       Fatuo, construíme una sobria vivienda en hormigón, estilo neogótico (acriollado), ya aireadas alcobas, con un amplio balconcete (de columnas jónicas) -y ventanales a caoba con cristales tallados- que daba a la calle Pina, antonces fermosa vía que confluíase al mar…
       Adalisa estaba en sus aguas.
       (¿O era en las nubes?)
       Aunque los vecinos eran gente (algunos) de clase trabajadora, entanto otros de rancio estirpe, los cuales coexistíanse de manera ostensible naquellas nóveles parceladas.
       (Hum, aun ilustrados y limpios, los moradores de la ciudad emplean doblez y falsía o embaúcan con...)
       Así, y enfrente al lar (mismo), armé un bazar de bisuterías caras, y brocados (importados desde Flandes, y otras urbes europeas) que era una curiosidad, donde venían a surtirse encumbradas damas de la sociedad capitalina, entrestas...
       (Morocotas cuantas que...)
       Progresábamos.
       (Y hasta alumbrado eléctrico público estrenose…)
       Luego supe, habilitáronse la Estrelleta, la Cambronal y Las Carreras, Beler, campos (de guerra) fueron, inmortalizados por don Emilio Prud’Homme en nuestro himno glorioso, musicalizado por don José Reyes.
       A propósito, y con motivo del arribo de los restos -ya cenizas- mortales del patricio Duarte al país (desde Venezuela), el Teatro de la República aprestábase a montar nueva vez sus sacras notas -tras su estruendosa premiere el verano previo-, y la multitud (en sus escalinatas frontales) acampaba, desde tempranas horas, para (regio) asistir.
       Tarde alisteme.
       Memoraba (fiel).
       Entonces hicimos tantas amistades. Nuestro ritmo social era envidiable. Veladas, conciertos, parrandas (varias), y valses (balsié no)…
       Regodeábame yo en mi juventud (eterna)…
       (Aviesa), la felicidad dura poco en casa del necio (ora corrijo). O bien, la felicidad dura poco doquiera, o ni existía (rasaba ya).
       Tras la muerte inesperada de Adalisa, al arrollarla un secular tranvía (de tracción equina) en fase de prueba -por no ver (ni oyose la campanela), horrible-, caí en una depresión entendible. ¡Vaya!
       (Ya) advertile, boquechivo (cual criollo pitoniso) yo: baja, baja, baja…
       (Badulaque), quise burlar mi mala racha, sumergiéndome varias veces en la playeja escueta de Güibia (de espaldas), con una cola de bacalao a cuestas, mas…
       Nin funcionó (todo anegose), ya que luego fuime a pique en las arcas. Perdime en las salas de juegos de azar -nentre naipes, ora apuestas y lotería, o caballos- todo (o casi todo). ¡Qué cabeza!, me desdije . Y el bazar en desbandada
       (Si tan hondo fundes, que ni salsipuedes…, ¿o sí?)
       Por tanto (en cuanto), decidime a tomar el toro por los cuernos.
       ¿Cuál toro?, preguntose un despistado (o hacíase)…
       Trastabillando (apenas), atiné a refugiarme -Casco Duro yo- en los muros castos (inflitos) de la santa iglesia (católica, y apostólica). Rancia, aquella.
       (Nomás, tan retrógada es quien impone una fe, como quien inhibe el profesarla…, achacaba).
       Real, el viejo templo (y Convento) de Regina Angelorum (laudatorio) quedaba a escasas cuadras de la casa, por lo que y a sugerencia de la anciana vecina Ilalia, apersoneme allén.
       Consuetudinario, convertime en asiduo feligrés (o beato tal, semblanzas ah).
       (...Tu palabra es una lámpara a mis pasos, una luz en mi sendero... / Salmo 118: 105, repetía)
       Aún tenía que cruzar (siempre) frente al flamante Instituto de Señoritas -dirigido por la insigne Salomé (Ureña), autora de Ruinas-, lo cual para mí era una tentación (tanto falderío junto)… y en veces sorteábale tomando la Ruta de los Nichos (hoy Arzobispo Nouel).
Entonces fue día de misa dominical -7.00 pm-, por lo que (y como usual), allí estaba yo, en la cuarta fila bajo el ábside matriz, de cara al coro, a espaldas del confesionario. Como un musú.
(Remembranzas).
…Tal, y previo al cántico de entrada, la ministrante: “Esta misa ofrécese en responso por el descanso eterno del alma de…” (y leyose la larga lista).
 “No me hables ahora, que me desconcentras”, (evoco) fustigué a tan parlanchín contiguo vecino don Ataulfo, quien insidioso agobiábame con tan prolífica perorata.        
(Portaba yo un macizo escapulario -en oro- dedicado a la... )
“…Angélica Vargas, Timoteo Ortuño, y Oraya Cardona. Todos de pie” (concluyose la ministrante).
“¿Oraya, Oraya Cardona? ¿Acaso oí díjose Oraya, Oraya Cardona, la Oraya?”, preguntele inquisitivo a aquel. “No sé, no sé, no estaba atento…”, respondiome, algo turbado. (Paladino ya), y es que hablaba hasta por las orejas…
(El sacerdote volteado, decía a voz baja (en latín): Dominus vobiscum... Contestaba el acólito, por la feligresía: Et cum Spiritu tuo...)
No obstante (?), ni avisteme a ninguno de sus parientes… (Ha de ser otra Oraya, pensé…) Tan, que (espantosa) coincidencia… O quizás, (sí) mal oíme (desvariaba). Remedaba asaz.
Sin embargo, durante toda la homilía anduve desazonado, no me centraba. “¿Qué te pasa, volvístete loco? Nótote algo extraño”, inquiriome doña Críptula (la vecina), al otro costado. “No sé, no sé…”, titubeeme.
Irreverente, ignorela (aduje).
Al final del servicio religioso (y con doña Críptula pisándome los talones...), decidí pasar por casa de la Oraya. Hacía días que... ¡Ah, afanes de oprobio!
Raudo, traslademe en aquel descricajado carruaje, tirado por enclenques equinos (blancos) -que hacía esa ruta- , fasta su morada (muy sobria).
(El cochero érase mudo, o pretendíalo…)
Ágil surcamos la avenida Independencia, adentrándonos en uno de los suburbios de clase media (¿talvez Gazcue?) que circunvalábanla. Do vivía (sola) aquella. La madre, al enviudar, casose de nuevo y habíase mudado -de manera intempestiva- con su esposo (un moreno, medio luá él) nuna pieza en Los Alcarrizos (creo).
¿Locura o loquera? Lo que era, era.
“¿Qué te pasa?”, díjome a mi arribo, y agregose: “Pareciera que viste a un difunto”. Sonriome (mórbida). “No, no, nada, recién atendí a misa, y…”. Abrupto soltó: “Tu siempre con esa vaina, je, je, ojalá y no te me metas a cura, y te perdemos…”.
Captela algo subversiva.
“No te preocupes, es que después de la muerte de Adalisa he tornádome algo depresivo, o existencialista quizás…”, acotele.
“Bueno, bueno, déjame ponerme alguna ropa, vamos a dar una vuelta, espérame…”, chiflose la Oraya.
“Ok, ok, te espero”, a duras ristras respondile.
Esa tarde, como de costumbre, acudimos a visitar a unos amigos: Walkivia y Edgardo. Rumiaban naquel balconcete (dórico, entrañable), pontificando chácharas, y al vernos… “Hola, perdidos… ¿por dónde andaban?”, chirrianse. Al concluir los trotes carnavalescos, ya luego ni quisimos saber de nada que transpirase a comparsas o a sarandungas beocias…
Tanto fugaz, departimos. Luego pasaríamos por el Teatro (de la República). A comer boca, patético, de ociosos. Si no conseguimos boletas… (el coto transfugaba).
Fragor de aldea.
Allí juntaríamosnos con Eulodio. Aquel, de apariencia siempre extraña, o hasta siniestra (diríame yo), y que por demás, nunca gustome… Tal, qué se le iba a hacer. “A los amigos hay que aceptarlos como Dios los manda”, sentenciábase siempre mi santa abuela (¿cuál dellas?, ¡ah vetustez la mía!), que en paz repose…
Tras la (vaga) intentona de colarnos -¡oh infantilada!-, Eulodio propuso que caminásemos hasta el mirador que asomaba a la Cueva de las Golondrinas, desde donde la vista tañíase mortal. Era noche clara de luna plena, y la propuesta cierto era tentadora…
Todos estuvimos de acuerdo.
Claro, Edgardo empecinose en pasar por El Tendero: morcilla, bofe y butifarra (con tostones), para picar. Nada poético, pero…
Ora arriba, desguazamos una botella de licor, que traía (yo) en un morral, y empezamos a brindar por nuestras dichas (que eran tantas). Éramos jóvenes (aún) -allí incluíame, pos-, y felices, poco o nada, nada nos preocupaba o conturbaba antonces.
A pesar de la situación política imperante, y los desatinos del gobierno de turno (que eran retantos)…
Luego llegose Fredesvinda (la más linda). Atrás Clodoveo, Matitina, Martina (la cucarachosa, je), Godofredo, Viridiana, e Ileana, Rodomiro, Bodomoto, y Efraín, Dorotea, Filomena, Manolito, “Trompoloco”, Anaísa, Rosa Isaura, “Raboliso”, Lutilaida, Tirso, Sócrates, la Fedora, Julio Augusto e Indolora…(un bembé)
Reímos, y gozamos (ya atracámosnos) demás -bar, bar, bar-, hasta pasada la medianoche.
Apenas (solo) entonces, notamos la ausencia de la Oraya (horror)…
El alcohol se nos había encaramado (demás) a la cabeza, y ya ni atinábamos… “¡Oraya!, ¡Oraya!, ¡Orayaaaaa!!!!!!”, coreábamos desesperados. Y nada (nada) de Oraya (siquiera). So empezamos a preocuparnos, ya tiesos.
Con tanto político enhiesto…
Neso, Eulodio retornaba de aquel canto oscuro, sudoso. “No la encuentro, no la encuentro por parte”, repetía, y repetía…, y repitiose, con sus manos temblorosas, aún (sin cruzarnos de ojos)... “¿¡Qué hiciste Eulodio, qué hiciste?!”, zarandeándole enfurecido interpelele… “¿¡Eulodio, que hiciste?!”. Estaba como aturdido.
Los demás, horrorizados, (vi) olvidóseles la traza del aguardiente, y uniéronse al corro. Sayones, los rostros (transidos) de todos posáronse sobre Eulodio, quien no encontrábase ya argumentos.
Aqueste, al final (forzado), y en algún exabrupto fortuito (sollozando), confesose el fratricidio.
“Discutimos, discutimos”, repetía. “Nunca entendime su rechazo”, expeliose, y lloraba, y lloraba, mientras sus manos sudorosas le temblaban.
“¿¡Dónde está ella, dónde está, qué le hiciste, dónde está Oraya?!”, inquirímosle (no) acordes, enajenados mal.
“Al fondo del acantilado, al fondo…”, apenas alcanzose a barbotar aquel mentado (tarado), señalando en dirección al farallón (hacia el sur) que elevaba a aquel terraplén donde erigiéronse tremenda gracia (?).
Asaz corrimos, desaforados, por dentre las guasábaras secas, y aquellos árboles, centinelas fantasmas, epítomes (rechistados) de aquesta mefistofélica tragedia.
Allá yacía Oraya (prefiguramos), tendida en el suelo, desfigurada (¡Oh, Oraya!), dormida en un charco de sangre (teatrálico).
A escasos pasos, compareciose una cuadrilla de la Guardia Nocturnal y…:: “Dos y treinta el deceso”, declaró el médico legista (ya, a Eulodio apresanse).
Tal,  si una (horrífica) pesadilla…
¡Y aquello preciso fue! Hoy malremembro. Cuan despertome en su izado climax, entanto aún jadeaba (yo). Atraganteme demasiado al mediodía, y... ¡Vaya siesta de arates!
(Comilonas -carne y vísceras- gentíos en un sueño, y hasta muertos, mal augurio) (Zafa…)
Lela, borré (anuleme).
Entonces, fue día de precepto (dominical) -19 hs.-, por lo que (y como usual), allí estaba yo, en la cuarta fila bajo el ábside matriz, de cara al coro, a espaldas del confesionario. Como un musú.
…Tal, y previo al cántico de entrada, la ministrante… “Esta misa ofrécese en responso por el descanso eterno del alma de… (y leyose la larga lista).
“No me hables ahora, que me desconcentras”, fustigueme a tan parlanchín contiguo (vecino) don Ataulfo, quien ahora veníase con tan prolífica perorata.
(¿Habíame vivido ésto antes?)
Retrotraía…
“…Y Oraya Cardona. Todos de pie” (concluyose la ministrante).
“¿Oraya, Oraya Cardona? ¿Acaso oí díjose Oraya, Oraya Cardona, la Oraya?”, preguntele inquisitivo a aquel. “No sé, no sé, no estaba atento…”, respondiome don Ataulfo, algo turbado. Es que hablaba hasta por las axilas, ya entonces…
(El sacerdote volteado, decía a voz baja (en latín): Dominus vobiscum... Contestábase el acólito, por la feligresía: Et cum Spiritu tuo...)
Ya, no veía a ninguno de sus parientes… (Ha de ser otra Oraya, pensé…) Guay, que (homónima) coincidencia… O quizás, mal oíme (desvariaba).
Sin embargo, durante toda la homilía anduve desazonado, no me centraba. “¿Qué te pasa hoy, te volviste loco? Nótote algo extraño”, inquiriome agora doña Críptula (la vecina), del otro lado. “No sé, no sé…”, titubeeme.
(Memorias)
Conocí a Oraya Cardona recién una tarde desas, en Ciudad Nueva, floreteando. Tras la muerte de Adalisa, (increíble) salime del tiesto (en vez)…
Y es que la Oraya (entrotros-as) era redivertida. Aún venática... Ya, reíamos demás (cuanta ocurrencia). Asentía.
¡Eutrapelia jo!
Desde entonces (y aunque algo disímiles, real), complementábamosnos el uno al otro. Soberbio tercio, a más.
Aquella desplegábase ruidosos chascarrillos (inhéritos) del lar, fasta anécdotas prohibidas (caparrosas), y yo agenciábale textos de autores famosos, hispanoamericanos o universales, que a veces -y dependiendo del tema tratado-, engullíase (ávida), tanto luego comentábamos con los demás del clan. Flipante tarea…
(Somos el producto de nuestras propias vidas, ni un ápice más…, intelectualoide -memoro- conceptualizaba)
Al final del servicio religioso, decidime pasar por ella. Hacía días que... ¡Ah, afanes de oprobio!
Raudo, traslademe en aquel descricajado carruaje, tirado por enclenques equinos (blancos) -que hacía esa ruta-, fasta su morada (muy sobria).
(El cochero érase mudo, o pretendíalo…)
Ágil surcamos la avenida Independencia, adentrándonos en uno de los suburbios de clase media (talvez Gazcue) que circunvalábanla. Do vivía (sola) aquella. La madre, al enviudar, casose de nuevo y habíase transferido -de manera intempestiva- con su esposo (un moreno, medio luá él) a una pieza en Los Alcarrizos (creo).
¿Locura o loquera? Lo que era, era.
“¿Qué te pasa?”, díjome a mi arribo, y de inmediato agregó: “Pareciera que viste a un difunto”. Sonriome (mórbida). “No, no, nada, recién atendí a misa, y…”. Abrupto expeliose: “Tu siempre con eso, je, je, ojalá y no te me metas a cura, y te perdemos…”.
Notela harto subversiva.
“No te preocupes, es que después de la muerte de Adalisa me he tornado algo depresivo o existencialista…”, acotele.
“Bueno, bueno, déjame ponerme alguna ropa, vamos a dar una vuelta, espérame…”, pifiose.
“Te espero”, a duras ristras respondile.
Esa tarde, como de costumbre, acudimos a visitar a unos amigos: Walkivia y Edgardo. Rumiaban naquel balconcillo (dórico), hablando plepla, y al vernos…“Perdidos… ¿por dónde andaban?”, chirrianse. Al finalizar las farras carnavalescas, ya luego ni quisimos saber de nada que transpirase a comparsas o a jacanas beocias…
(…diablo cojuelo que está pintao de amarillo y colorao…, remedeme)
Tanto fugaz, departimos. Luego pasaríamos por el Teatro (de la República). A comer boca, patético, de ociosos. Si no alcanzamos boletas… (la plaza abarrotaba).
Acullá juntaríamosnos con Eulodio. Aquel, de apariencia siempre extraña, o hasta siniestra (diríame yo), y que por demás nunca agradome…Tal, qué se le iba a hacer. “A los amigos hay que aceptarlos como Dios los manda”, sentenciábase siempre mi santa abuela, que en paz repose (pervivía en)…
Tras la (vaga) intentona de colarnos (a como fuese), Eulodio propuso que caminásemos hasta el mirador que descolgábase hacia la Cueva de las Golondrinas, desde donde la vista tañíase espectacular. Era noche clara de luna regia, y la oferta cierto era incitadora
Todos estuvimos de acuerdo.
Claro, Edgardo empecinose en pasar por El Tendero: morcilla, bofe y butifarra (con tostones), para picar. Nada poético, pero…
Ora arriba, destapamos una botella de Morapio que traía (yo) en mi morral, y empezamos a brindar por nuestras dichas (que eran tantas). Éramos jóvenes -e incluía-, y felices, poco o nada, nada nos preocupaba o disturbaba entonces. A pesar de la situación política reinante, y los desatinos del Gobierno de turno (que eran tantos)…
Após llegose Fredesvinda (la más linda). A seguidas Clodoveo, Matitina, Martina (la cucarachosa, je), Godofredo, Viridiana, e Ileana, Rodomiro, Bodomoto, y Efraín, Dorotea, Filomena, Manolito, “Trompoloco”, Anaísa, Rosa Isaura, “Raboliso”, Lutilaida, Tirso, Sócrates, la Fedora, Julio Augusto e Indolora…(un bembé)
Descuajaringámosnos, y gozamos demás (bar, bar, bar), hasta pasada la medianoche.
Fiel, y en algún fulgurazo onomatopéyico (sobrio) cognitivo, recordé aquel espantoso sueño, que ahora repetíase cual si en recurrente acto premonitorio (tan veraz), fasta con puntos y con comas, y unotros retóricos subterfugios (literarios). Yo aterreme.
(Evoco, agora)
So corrime desaforado, en busca de aquella (corolario del alcohol, oí se mofaban).
Bajo un saúco… (ambarino), ya alfombrado el suelo de gajos (gualdos), apenas divisela (a ella).
Don, amena plática hilose.
Tal, ¿dónde andábase Eulodio? Increpeme. Neso -necio-, cruzó un hurón (¿o era una jutía?) enorme, prieta y…
Pellizqueme (oy revivo).
Fragoso, procureme alterar el azar -o aquel desatino aciago, talvez-, y ocurrióseme pedirle amores (aunque, ni explayábame creíble).
Oraya nin confabulose, y tomolo a chanza.
Yo reinsistíale, y demás hablaba, fablaba, pretendiendo lucir(me) quiromántico, tan ni atinaba (a nada). ¡Pamplinas!
Todo, y en vano, ufanábame en extraerla a aquella de aquel sombrío (o avieso) proscenio de mi injuiciosa narcolepsia.
Após, descorcheme una garrafa de ron (local), y proseguimos el coloquio. Charlamos demás, y de todo. Toda su vida, en un destello (discurriose).     
Contome cómo “deshonrole” su padrastro (hipose, leve)...
Y la noche aquella en que aquel par de rufianes violentanse su posada, y arrasaron hasta con las bacinillas (y la piltra azul de rayas), don reímos (a tropel). Trasotras...
Haciendo de tripas panza, animele (yo) con alguna que otra historieta mema del pasado, que entonces repetíame por vez enésima (faziendo piquillo, vía).
(A pesar de todo, jamás perdiose la idoneidad de la sonrisa…, risueño advertíame yo)
A la zaga, dormímosnos uno en el regazo del otro, incomedidos…
Falaces, los crispantes escarceos (sucintos) volviéronme en sí.
Apenas (solo) entonces, notamos la ausencia de la Oraya (horror)… “¡Oraya, Oraya, Orayaaaaa!!!!!!”, berreábamos desesperados (todos). Mas nada (nada) de Oraya. Ni señas...
Preocupámosnos (serio). Con tanto político enhiesto (suelto)…
Oh Ololoi.
Neso, Eulodio retornaba de aquel canto oscuro, sudoso. “No la encuentro, no la encuentro por parte”, repetía, y repetía…, y repitiose, con sus manos temblorosas, aún… (nin cruzarse ojos).
         “¡¿Qué hiciste Eulodio, qué hiciste?!”, zarandeándole enloquecido interpelele… “¡¿Eulodio, que hiciste?!” Andaba vuelto tarumba.
(Producto dun amago de unión truncado, aquel…)
Los demás, horrorizados, olvidóseles el efecto (atortojante) del alcohol, y aunáronse al coro.        
Tan, los rostros helados de todos hincábanse sobre el susodicho, quien no hallábase argumentos.
Aquel, al final (forzado), y en algún exabrupto fortuito (sollozando), confesose el fratricidio.
“Discutimos, discutimos”, repetíase el tal Eulodio. “Nunca entendime su rechazo”, oíle expeliose, y lloraba, y croaba, mientras sus manos inserenas destemplaban.
“¡¿Dónde está ella, dónde está, qué le hiciste, dónde está Oraya?!”, inquirímosle al unísono, exasperados.
 “Al fondo del barranco, al fondo…”, apenas alcanzose a balbucear aquel mentado (tarado), señalando en dirección al farallón (hacia el sur) que elevaba a aquel terraplén donde erigíase tremenda gracia.
(Mal recuerdo).
Asaz corrimos, desaforados, por dentre las guasábaras secas, y aquellos árboles, centinelas fantasmas, epítomes (mutis) daquesta inexorable tragedia.
¡Santa Juana de Arco!
Don, allén yacía Oraya (prefiguramos), tendida en el suelo, desfigurada (¡Oh Oraya!), dormida en un charco de sangre (teatrálico).
A escasos pasos, compareciose una cuadrilla de la Guardia Nocturnal y…: “Dos y treinta el deceso”, declaró el galeno legista. (Entanto, a aquel prendían). Cual si alguna (horrenda) pesadilla…
Ya, desta vez nin fuese (y fue tan real).
Al día siguiente, tras las exequias (fúnebres) -con todo y llorona paga, que lujo-, iniciose el novenario.
…Y previo al cántico de entrada, la ministrante… “Esta misa ofrécese en responso por el descanso eterno del alma de…” (tal leyose la larga lista).
“No me hables ahora, que me desconcentras”, fustigueme a tan parlanchín contiguo (vecino) don Ataulfo, quien fastidiábame ahora con tan inane perorata.
“… Y Oraya Cardona. Todos de pie” (concluyó la ministrante).
Antonces, diviseme (roídos, y deglutidos) a todos sus familiares (y parientes). Y a la madre, y hermanastras, que vinién de Los Alcarrizos -bajo oscuras mantillas, ya gruesas redecillas de alfileres negros (adornadas con ficticios pectolitos azules, non larimar)-, sumidas en un aguazadal de lágrimas...
(Somos nada o todo, y/o viceversa, acompañáronme)
Y a las tías del interior, y los compadres, los colegas de juerga, rayanos y (to) el prójimo...
(Ahora descansa en los brazos de Él…, confortábanles)
Mientras, el padre postizo -de ocelos verdes, garzos- permanecía imperturbable (o ingestuoso) a más.
Todos estábamos redevastados. Aún yo, y quien creíame ya embotaba. ¡Jo!
“¡Qué tragedia! ¿Cuál tragedia?”, el ululato (oí se decía).
Doliente, la gente iba, y venía…(y al café negro se abruzaban)
Ya ventiún -exacto 21- toques de congos lejanos oyense, a negación…




*        *        *



Anonadado aún, estupefactaba yo, ante mis leales prodigios (y culpas). Debí… Nomás, aquella tarde (resoluteme al ocaso), prohibime (no más) soñar (resoluteme al ocaso). Resoluteme, pos.
Manque, y a prima noche (bramaba). Cuéntanse los vecinos…. (¡ah aquellas aguas!)
Y previo al cántico de entrada, la ministrante… (¡Noooooo, de nuevo!!!!). Entonces, padecí de insomnia (voluntaria). Nin lembrar quiero (agora).
Como muerto en vida (pasáronse los años)… Ya, con las ojeras hasta el suelo (trasojado a más). Sin embargo, había que seguir guayando la yuca… (como se decía). Tanto, el bazar jareaba.
Mermado, nin remembro cuándo antepúseme, o repúseme (meses, días, años...). Real, debía tomar una tregua. Transpirar dotros aires… Desovar. Alzarse (invoqueme).
(Disipaba glorias viejas, nentre la -absurda- bazofia citadina que agobiábame a...)
So, volvime al interior (a la montaña). Re-intentábame de nuevo (ah afán)… Y esta vez, de mano del aristócrata Barón de Eggers, amigo de un amigo -emisario de la Academia de Ciencias de Berlín-, apenas supe de su expedición. (Oy desgozo) escalamos los picos Duarte, y la Pelona, elevaciones más altas del Caribe. ¡Zambombas!
Nel camino conversábamos: “…Los mambises revoltéanse en Cuba…”, hableme. “Con el Manifiesto de Monte Cristi -entre Martí y Gómez-, se selló esa independencia”, adújose sabihondo aquel.  “Hombre bragao el tal Gómez…”, asentime.
Al arribar (nueva vez) al vallejuelo de Constanza encontramos apenas unos cien vecinos, repartidos en treinta moradas.
Gandul yo, perdime en los alrededores (solo). Buscaba. Buscaba. Extravieme, a tris. Mas nada halleme. El entorno pareciome familiar, tanto…
Al cabo de un tiempo, regresé a Santo Domingo. Tiraba la toalla en lo relativo al tema (ni volvime).
Entonces, sucediéronse una caterva (pero una caterva) de gobiernillos breves -¡Santo Cristo de Bayaguana! subsanaba-, presididos por caudillos regionales (Woss y Gil, Carlos Morales, o Eladio Victoria en el 12…) que...
¿Modus Vivendi?
El país se desangraba (endeudado demás), y el tal Hartmont recaudando (luego, la Westendorp)… Aún las papeletas (chuecas) de Lilís… Fié, Mon (Cáceres) siquitrillole. So a su vez, a aqueste siquitrillanle (jo, Tejera)… O las revueltas de Desiderio Arias, y del General Demetrio Rodríguez...
(¡Santo Ignacio de Loyola!)
Hasta aquella Revolución del Ferrocarril, de Vásquez -sobrino de Mon- contra Bordas…
(Cual si una traba de gallos, a espuelazos se batían. By the way, dividíanse en bolos o jimenistas, y coludos u horacistas, ja…)
La naciente nación era un caos. Vivime yo.
Y los Estados Unidos de Norteamérica -con su Doctrina Monroe a rastras-, y Francia, y Holanda y demás potencias acreedoras europeas, amenazando con intervenirnos, militarmente.
Sucumbíamos, bajo un virtual protectorado Made in USA, a efectos de la Convención, ya las aduanas secuestradas (adrede).
(Heróica, la postura patriótica del Presidente Henríquez y Carvajal no impidió que la Armada Imperial enseñoreárase sobre aquesta diminuta isla cual...)
En la esfera internacional, un (loco) anarquista en Sarajevo asesina al Archiduque Francisco Fernando de Austria y estalla la denominada Gran Guerra, donde se enfrentan la Triple Alianza con la Triple Entente -y sus variantes-, y en la que mueren unos ocho millones de seres, y seis (millones) más les sobreviven mutilados.
(En el 17, la revolución bolchevique -de Octubre- degüella al régimen zarista -aglutinándose posteriormente la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas / URSS-, ya un tenso escenario global bipolar y guerrerista vislúmbrase sombrío)
De bajada, el bailoteo del sol y las enervantes revelaciones -a los niños pastorcillos- de la Virgen en Fátima, poco auguráronme cosa santa.
Tal, la realidad superábase a tan macabros (y ociosos) delirios…                                                                                                    

                                                                                                 C.V.

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