miércoles, 16 de febrero de 2011


Cap. V - El Adalid Esclavo... 
(de mi novela "Yo, Rodrigo de Siglos")


        Al cabo del tiempo, y de mucho mal pasar -una cosa es con guitarra y otra con canto e güira, se decía-, conseguime un trabajo de capataz en la finca de don Euforio (tal Ofidio de apellido).
       La entonces incipiente villa de San Juan de la Maguana bullía ingente.
       Aún las ráfagas de la sublevación del invencible Guarocuya (ya Enriquillo) -y su gran caminata nocturna de indios, hacia la sierra- , la paz (o sojuzgamiento absoluto) veíase advenir.
       Tantos, sin penas ni glorias, pasanse los años.
       Y yo igualito (ni envejecía, pos). Insólito, pero bueno… Quejarme, nin podía.
       Sé, hice carrera en la quinta aquella. Arriaba los caballos, y alimentábales con alfalfa (de primera), ya encargábame del trato con los esclavos (y su infausto laborío) de cara al patrón.
       ¡Ah odiosa encomienda!
       Aquella tarde en que trajeron a Sebastián, trahinaba (ayudaba) yo en la construcción de un par de silos -ya alhóndigas- nuevos que el Principal obstinose en hacer, al sesgo de su extendido feudo.
       Ante el exterminio de la población indígena por las constantes masacres en masa, las plagas y pestes importadas del Viejo Mundo, ora el trabajo forzado en las minas, plantíos y obras -apenas restaban cincuenta mil de los cuatrocientos mil existentes al Descubrimiento-, no quedó de otra que importar humanos negros del África…
       Entonces, intercambiamos miradas. Aquel apenas levantó sus ojos, vahidos.
       Luego, hicimos buenas migas. A pesar de mi condición suprema jerárquica.
       Ya, ni podía cambiar el mundo… (entonces creía).
       Aquel -aun bozal, non ladino oriundo de la Madre Patria- asimiló un castellano perfecto (oral y escrito), digno del más erudito de nuestros escribanos u oradores, denotando una perspicaz intelliguentsia fuera de serie (a furto, leyose to).
       Y ¡Santo Grial!, (leal) trabajaba más que una acémila (o mula).
       De sol a sol, sin descanso.
       Mal, los ramalazos asomaban…
       Alguna vez (ya añeja nuestra amistad), contome cómo fue capturado en su austral continente.
       Narrose, con su veta de vate (transcribo):
       “Llovía con sol (acuerdo)”.
       “Entanto, bandadas de aves negras y grises surcaban el límpido cielo de aquella agreste estancia, sin mayores agüeros...”
       “Raro, aquel lugarejo de pescadores, disipado en la selva, mostraba un desusado trajinar”.
       “Y a través del espeso follaje de los árboles, inmensos, oteeme a aquella desvirgada bahía -nombrada del Oro- agora infestada de barcos extraños. Y de gente extraña (muy), pensé. Do, apurados veíanse cargar, y descargar mil avíos y demás mercaderías en serones, que ni apenas vislumbreme desde allén quen zancajeaban.”
       “Raudo, corrí a alertar a mis compinches. Mas ¡ya era tarde! Aquel (salvaje) tropel irrumpíase ocioso, y brutal profanábase el sagrado santuario de aquesta impoluta floresta...”
       (Oh)
       “Cuan presto, encadenáronnos a todos. Aherrojados a rollizas (y aborrecibles) ajorcas que aprisionábannos, y anugaban ya (oprobiosos). (¡Fado hado!) Ignorábamos -cabal- lo que a  nuestro derredor ocurría. O acaso, ni sabíamos a donde arreábannos (cual si a órices), vandálicos a más.”
       “Neso, alguno quiso violentarse. Ora la superioridad numérica, y sobradas mañas de los depredadores impúsose, y doblegáronle (remiso). Llamábanle Akim a aquel (lembro)”
       “Al acto, rabiaba yo. Y deprecábame el por qué de aquello. E incomprendido clamé a nuestros dioses, que al parecer desoíannos (figuraba).”
       “Nesa (vil) hora, hacináronnos naquella mugrienta chamiza. Apilados, cual si sabalos sin parentelas. Farto resguardados (desde la atalaya alta, arriba).”
       “Allí (mal) pasamos varias semanas, de agobio y padecimientos (mil), hasta que la orden de embarcarnos arribose.”
       Oíale yo, embobado.
       “Aquella aciaga tarde en que arrumbáronnos -cual si maderos yertos- bajo el sollado impúdico de aquel colosal galeote infernal, más de uno (o treinta, o ciento) rezumose mal velado su infortunio.”
       “Esboceme gran tirria.” Notelo, exacerbaba. “¡Ah angosto antro transoscuro y maloliente que arredrome! Fasta la luz del sol nos estaba vedada. Tanto, que acaso ni sabíamos si eran noches u ortos, revolvíame.” Encogime de hombros...
       “Mal, deglutíamos (apenas), tras largas jornadas de ayuno forzado, donde el (denantes) menospreciado líquido (agua bebible) escaseaba. Ostensible, la desesperación empezó a desflecarnos, ya en bataholas nin retozábamos imperiosos. ¡Si apenas podíamos movernos, y a duras trazas respirar!”
       “Ya (¡ay!) tan cruentos caporales (a cargo) propinábannos feroces zurriagazos, lanzando(nos) improperios, en aras de amenizar su abulia…” (díjose entonces, trascortado).
       “¿De dónde habríanse pirado aquellos irrefrenables demonios?, cuestionáronse (timados) abatidos, y agobiados (muy), obtempereme. Contenía yo.”
       “Refrendo, muchos no aguantaron. Y encanijados ya, sucumbían. Unotros (contimás) enfermaron, y al mar (¡enajenados alféreces!) arrojábanles como carnadas aún vivas a los escualos, que en tropel…” (atragantose aquel).
       ¡Procaz festín oceánico! Horrorizábame.
       Hirsuto, Sebastián proseguía: “…Y días, y noches, y noches más, y días, íban y venían,… horas demás,… nin desatracábamos en recodo alguno o ensenada, ya vastísima o escueta fuese (maldiciense). ¡So! Extenuamos pos.”
       “Ora famintos o desecados (alucinábamos), y procreábamos a atávicas deidades o espectros que atormentábannos, e inquiríannos, cuan demandaban: ¡Rebelad!  ¡Rebelad!,  ¡Rebelad! (oíamos, o imaginabámos). Tal, fue utopía”. Atolondreme.
       “Tanto arriba -en la cubierta-, la casquivana tripulación enfrentábase a un temporal (inédito) que acrecentaba a cada trazo… (Rumiose) Aquel oleaje enardecido, batíase inmisericorde contra el casco de aqueste galeón (infausto) cual cercenaba impetuoso al Atlántico (finito). Mal, debajo, en las bodegas… Pereciéronse tantos... ¡Maldita travesía! (expelí).” Escuchele imprecaba.
       Y faciendo una mueca: “Inmundo, el hedor a excrementos humanos, y nauseabundos vapores, don cadáveres agora (re)yertos enrarecían de plano aquella de cierto antesala al orco.”
       (Constreñime)
       “Al despuntar el día -amainado el mal tiempo ya-, el grito de tierra apenas escuchose a babor. La mar lucía entonces tan calma y azul, cual pareciome un estepario elíseo, a poniente (extasieme apenas)... Corría el año de 1525 D.C. ¡Y yo había sobrevivido! Non para menos, era robusto y fornido -acotose-, y estaba decidido a vivir. Manque a malvivir desfuese...”
       “¡Cem hurras a Algarve!”, escucheme (entre sueños). So, “¡Âncoras leven!”, arengó el cabecilla de la flota.”
       Acezaba aquel.
       “La silueta oblonga de aquella ciudad en ascuas, agora (real) estremeciome...”
       “Y tras deshacerse de los rastrojos de aquellos que no aguantáronse tan acre tramo, y por supuesto de los enfermos y feridos -macabra escena, elucubreme-, atracamos sin mayores denuedos naquella aupada cala de Santo Domingo.”
       “Ya en tierra firme, nos lavaron la cara a todos, a fin de ofrecernos presentables al mejor postor, quien -y antes de formalizarse el trueque, por azúcar o tabaco, o pagando con doblones en oro-, hacíanos un enjundioso y ulterior examen, hasta de epiglotis...”
       “Allén nombráronme Sebastián. Remilgado mote, mofaba. Yo osado, apellideme Lemba. Tribu de la que a honra (y nel meridional continente), provengo (de).” Oh, expreseme (cauto).
       “Así, y junto a los demás (Éufrates, Timoteo, Amodicio y Róbalo, nesta liga), acarreáronnos -junto a ñames importados, y guineos, plátanos (cepas) a dozenos- cual si a bestias, aherrojados, hasta hoy.”
       Antonces, comprendí su rabia, y proceder en veces irascible (o montaraz, a más).
       Y es que, colmaba a...
       Gravitante, sentime secuaz.
       Pasaron los años, y nuestro denodado adalid proseguía en su (locuaz) suplicio.
       Afogado, de campana a campana.
       Cual al engombe (o corral en bantú).
       Entanto, aquel (expoliante) dispendiaba en francachelas -vestidillo en camisinha impecable, chaqueta y calzón de terliz, emperfumado- sus ganancias muy cuantiosas, ante la mirada levantisca (y justa renuencia) del tal Sebastián, y los otros. Castigáronles pos: “¡Una orden es una orden!”, requirióseme. “¡Nada de blandenguerías, carajo! ¡Al cepo, o sino picota!”, voceaba eufórico el aludido Ofidio (y reptaba).
       (Goloso a más, tragábase aquella merienda desmandada en lacticinios, pastelillos de azahar, dulcería angélica, y chocolates -por supuesto-, asperjados en licores traídos de...)
       Y yo (sumiso) lo hacía. Aunque luego -y en las noches -, las sombras y los espíritus desventurados (ancestrales), toda cosa -ah magara-, me asolaban.
       Aún acogime. Apenas (mal) comían, ni dormían. Tal, veíales desfallecer (al solar), do agonizantes extenuaban. Apoqueme.
       (En vano intercedía...)
       Zoquete (ni), aqueste (exasperado), concíbese la alopécica trama.
       Aquella noche -cual atestiguose aquel guardia acordelado-, un hastiado ya Sebastián ingenióselas para deshacerse -con algún liado utensilio alijado, que había tomado de manera subrepticia perante sus labores en el campo-, de aquellos odiosos grilletes que “aborrecibles atábanle a tan nefando yugo”.
       Y de igual canto, ayudó a los demás a huir.
       Al grito del gallo, apersoneme (como usual) a la indemne barraca don debían maldormir los condenados (dije). ¡Jo! encontreme el claro. Año 1532, pendía aquella cifra del calendario (anugaba yo).
       Sebastián Lemba, y un grupo considerable de negros libertos, (supe) internáronse en los montes, (extraviaron) hacia al este - ¿Ocoa? -, huyendo de sus amos opresores.
       A poco (supe), -ya al compás de palos, y atabales, y panderos o marimbas, más- construyéronse aquel maniel (o palenque, o cumbe, o quilombo), don empezose a urdir la revuelta.
       (Dizque armose un kalalú -potaje de malanga, verdolaga, calabaza y otros vegetales- que constipolos, je)
       Ya ansina, nadie detendríales en su sagrado empeño por liberar a los restantes. Primero, con las uñas, y los dientes, y ya más luego, con armas y pertrechos retenidos de las haciendas liberadas.
       (¡Sublevación! ¡Sublevación! ¡Sublevación!, se oía)
       Poco a poco, Lemba organizose un pequeño ejército de negros insurrectos, -o cimarrones, como luego nombraríanles- , que pronto convirtiose en el terror de todos, quienes temíamos (sin sonrojo) por nuestras vidas y teneres.
       (E insurreccionáronse -tantos -, Juan Vaquero, Diego de Ocampo, y el otro Diego -Guzmán-, como pólvora desparramábase…)
       Evidente, la reacción detonose.
       (Mordaz), organizáronse nutridas brigadas para combatir a “aquellos desalmados e incitadores, que siquiera osáronse acaso considerarse entes” (uf).
       Un día (desos), farto de todo yo, deserté (de todo aquello). Y marcheme de nuevo a la (otrora) rélica villa de los Colones…
       Como tal, las camorras extendiéronse por años.
       Vil, aquella tarde (ominosa pintaba) -y hacia las fragosas lomas de la Sierra del Bahoruco, notificáronse após-, las tropas fieles a la metrópoli, en férrea batalla, ultimáronle a aquel (sin más).
       (Atroz) lleváronse su cabeza destajada a Santo Domingo.
       A traviesa del Fuerte de San Gil, aguaiteme -sin hinchas- a aquel macabro adefesio: mostráronle en andas (colganle), en oprobiosa saga admonitoria "a aquellos que osasen atreverse a rebelarse contra la autoridad (teocráticamente) instaurada". (Zangado) persigneme yo. ¡Pobre de Sebastián!, regoldaba.
       Acaso supe, los otros también fueron cruelmente sacrificados.
       (Ora a algunos friéronles en alquitrán.) (Horroroso)
       ¡Oh amadísimo Jesús Cristo, el Nazareno! (Automortifiqueme, flagelante)
       De bruces la tarde. Apoyado en mi arcabuz, cabizbajo, exhaleme (exhausto). Acongojaba. ¿Fasta cuándo?, increpeme.
       (Más de dos siglos habrían de transcurrir hasta que el llamado Código Negro Carolino -de 1785- introdujera algunas regulaciones y ordenanzas que favorecieron leve a los esclavos, los cuales podrían comprar su libertad, de comportarse…)
       Oscuros nimbos surcáronse. (Vi) ahitos.
       A eso, (entre)cruzose la Etzaida...
       Sobrepúseme (elegime). Lembro.


                                                                                             C.V.

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