Al cabo del tiempo, y de mucho mal pasar -una cosa es con
guitarra y otra con canto e güira, se
decía-, conseguime un trabajo de capataz en la finca de don Euforio (tal Ofidio
de apellido).
La entonces
incipiente villa de San Juan de la Maguana bullía ingente.
Aún las ráfagas de la sublevación del invencible Guarocuya (ya Enriquillo) -y su
gran caminata nocturna de indios,
hacia la sierra- , la paz (o
sojuzgamiento absoluto) veíase advenir.
Tantos, sin
penas ni glorias, pasanse los años.
Y yo igualito
(ni envejecía, pos). Insólito, pero
bueno… Quejarme, nin podía.
Sé, hice carrera en la quinta aquella. Arriaba
los caballos, y alimentábales con alfalfa (de primera), ya encargábame del
trato con los esclavos (y su infausto laborío) de cara al patrón.
¡Ah odiosa
encomienda!
Aquella tarde
en que trajeron a Sebastián, trahinaba (ayudaba) yo en la construcción de un par
de silos -ya alhóndigas- nuevos que
el Principal obstinose en hacer, al
sesgo de su extendido feudo.
Ante el
exterminio de la población indígena por las constantes masacres en masa, las
plagas y pestes importadas del Viejo Mundo, ora
el trabajo forzado en las minas, plantíos y obras -apenas restaban cincuenta
mil de los cuatrocientos mil existentes al Descubrimiento-, no quedó de otra
que importar humanos negros del África…
Entonces, intercambiamos
miradas. Aquel apenas levantó sus ojos, vahidos.
Luego, hicimos
buenas migas. A pesar de mi condición suprema jerárquica.
Ya, ni podía
cambiar el mundo… (entonces creía).
Aquel -aun bozal, non ladino oriundo de la Madre Patria- asimiló un castellano
perfecto (oral y escrito), digno del más erudito de nuestros escribanos u
oradores, denotando una perspicaz intelliguentsia
fuera de serie (a furto, leyose to).
Y ¡Santo
Grial!, (leal) trabajaba más que una acémila (o mula).
De sol a sol,
sin descanso.
Mal, los ramalazos asomaban…
Alguna vez
(ya añeja nuestra amistad), contome cómo fue capturado en su austral continente.
Narrose, con
su veta de vate (transcribo):
“Llovía con
sol (acuerdo)”.
“Entanto, bandadas de aves negras y
grises surcaban el límpido cielo de aquella agreste estancia, sin mayores
agüeros...”
“Raro, aquel
lugarejo de pescadores, disipado en la selva, mostraba un desusado trajinar”.
“Y a través
del espeso follaje de los árboles, inmensos, oteeme a aquella desvirgada bahía -nombrada del Oro- agora infestada
de barcos extraños. Y de gente extraña
(muy), pensé. Do, apurados veíanse
cargar, y descargar mil avíos y demás mercaderías en serones, que ni apenas vislumbreme
desde allén quen zancajeaban.”
“Raudo, corrí
a alertar a mis compinches. Mas ¡ya
era tarde! Aquel (salvaje) tropel irrumpíase ocioso, y brutal profanábase el
sagrado santuario de aquesta impoluta
floresta...”
(Oh)
“Cuan presto, encadenáronnos a todos. Aherrojados
a rollizas (y aborrecibles) ajorcas que aprisionábannos, y anugaban ya
(oprobiosos). (¡Fado hado!) Ignorábamos
-cabal- lo que a nuestro derredor ocurría.
O acaso, ni sabíamos a donde arreábannos (cual si a órices), vandálicos a más.”
“Neso, alguno quiso violentarse. Ora la superioridad numérica, y sobradas
mañas de los depredadores impúsose, y doblegáronle (remiso). Llamábanle Akim a
aquel (lembro)”
“Al acto, rabiaba
yo. Y deprecábame el por qué de
aquello. E incomprendido clamé a nuestros dioses, que al parecer desoíannos
(figuraba).”
“Nesa (vil) hora, hacináronnos naquella mugrienta chamiza. Apilados, cual si sabalos sin parentelas. Farto
resguardados (desde la atalaya alta, arriba).”
“Allí (mal)
pasamos varias semanas, de agobio y padecimientos (mil), hasta que la orden de
embarcarnos arribose.”
Oíale yo,
embobado.
“Aquella
aciaga tarde en que arrumbáronnos -cual si maderos
yertos- bajo el sollado impúdico de aquel colosal galeote infernal, más de
uno (o treinta, o ciento) rezumose mal velado su infortunio.”
“Esboceme
gran tirria.” Notelo, exacerbaba. “¡Ah angosto antro transoscuro y maloliente
que arredrome! Fasta la luz del sol
nos estaba vedada. Tanto, que acaso ni sabíamos si eran noches u ortos, revolvíame.”
Encogime de hombros...
“Mal,
deglutíamos (apenas), tras largas jornadas de ayuno forzado, donde el (denantes) menospreciado líquido (agua
bebible) escaseaba. Ostensible, la desesperación empezó a desflecarnos, ya en bataholas nin
retozábamos imperiosos. ¡Si apenas podíamos movernos, y a duras trazas respirar!”
“Ya (¡ay!) tan
cruentos caporales (a cargo) propinábannos feroces zurriagazos, lanzando(nos) improperios,
en aras de amenizar su abulia…” (díjose entonces, trascortado).
“¿De dónde
habríanse pirado aquellos irrefrenables demonios?, cuestionáronse (timados) abatidos,
y agobiados (muy), obtempereme. Contenía yo.”
“Refrendo, muchos
no aguantaron. Y encanijados ya, sucumbían. Unotros
(contimás) enfermaron, y al mar (¡enajenados
alféreces!) arrojábanles como carnadas
aún vivas a los escualos, que en tropel…” (atragantose aquel).
¡Procaz
festín oceánico! Horrorizábame.
Hirsuto,
Sebastián proseguía: “…Y días, y noches, y noches más, y días, íban y venían,… horas
demás,… nin desatracábamos en recodo alguno o ensenada, ya vastísima o escueta fuese
(maldiciense). ¡So! Extenuamos pos.”
“Ora famintos
o desecados (alucinábamos), y procreábamos a atávicas deidades o espectros que
atormentábannos, e inquiríannos, cuan
demandaban: ¡Rebelad! ¡Rebelad!,
¡Rebelad! (oíamos, o imaginabámos). Tal, fue utopía”. Atolondreme.
“Tanto arriba
-en la cubierta-, la casquivana tripulación enfrentábase a un temporal (inédito)
que acrecentaba a cada trazo… (Rumiose) Aquel oleaje enardecido, batíase inmisericorde
contra el casco de aqueste galeón
(infausto) cual cercenaba impetuoso al Atlántico (finito). Mal, debajo, en las
bodegas… Pereciéronse tantos... ¡Maldita travesía! (expelí).” Escuchele
imprecaba.
Y faciendo una mueca: “Inmundo, el hedor a
excrementos humanos, y nauseabundos vapores, don cadáveres agora (re)yertos
enrarecían de plano aquella de cierto antesala al orco.”
(Constreñime)
“Al despuntar
el día -amainado el mal tiempo ya-, el grito de tierra apenas escuchose a
babor. La mar lucía entonces tan calma y azul, cual pareciome un estepario elíseo, a poniente (extasieme
apenas)... Corría el año de 1525 D.C. ¡Y yo había sobrevivido! Non para menos, era robusto y fornido -acotose-,
y estaba decidido a vivir. Manque a malvivir desfuese...”
“¡Cem hurras a Algarve!”, escucheme (entre
sueños). So, “¡Âncoras leven!”, arengó el cabecilla
de la flota.”
Acezaba aquel.
“La silueta
oblonga de aquella ciudad en ascuas, agora
(real) estremeciome...”
“Y tras deshacerse
de los rastrojos de aquellos que no
aguantáronse tan acre tramo, y por supuesto de los enfermos y feridos -macabra escena, elucubreme-,
atracamos sin mayores denuedos naquella
aupada cala de Santo Domingo.”
“Ya en tierra
firme, nos lavaron la cara a todos, a
fin de ofrecernos presentables al mejor
postor, quien -y antes de formalizarse el trueque, por azúcar o tabaco, o pagando
con doblones en oro-, hacíanos un
enjundioso y ulterior examen, hasta de epiglotis...”
“Allén nombráronme Sebastián. Remilgado
mote, mofaba. Yo osado, apellideme Lemba. Tribu de la que a honra (y nel meridional continente), provengo
(de).” Oh, expreseme (cauto).
“Así, y junto
a los demás (Éufrates, Timoteo,
Amodicio y Róbalo, nesta liga),
acarreáronnos -junto a ñames
importados, y guineos, plátanos (cepas) a dozenos-
cual si a bestias, aherrojados, hasta hoy.”
Antonces, comprendí su rabia, y proceder
en veces irascible (o montaraz, a más).
Y es que,
colmaba a...
Gravitante,
sentime secuaz.
Pasaron los
años, y nuestro denodado adalid proseguía
en su (locuaz) suplicio.
Afogado, de
campana a campana.
Cual al engombe (o corral en bantú).
Entanto, aquel (expoliante) dispendiaba en francachelas
-vestidillo en camisinha impecable,
chaqueta y calzón de terliz, emperfumado- sus ganancias muy cuantiosas, ante la
mirada levantisca (y justa renuencia)
del tal Sebastián, y los otros. Castigáronles pos: “¡Una orden es una orden!”, requirióseme. “¡Nada de
blandenguerías, carajo! ¡Al cepo, o sino picota!”,
voceaba eufórico el aludido Ofidio (y reptaba).
(Goloso a
más, tragábase aquella merienda
desmandada en lacticinios, pastelillos de azahar, dulcería angélica, y chocolates -por supuesto-, asperjados en
licores traídos de...)
Y yo (sumiso)
lo hacía. Aunque luego -y en las
noches -, las sombras y los espíritus desventurados (ancestrales), toda cosa -ah
magara-, me asolaban.
Aún acogime. Apenas
(mal) comían, ni dormían. Tal, veíales desfallecer (al solar), do agonizantes extenuaban. Apoqueme.
(En vano
intercedía...)
Zoquete (ni),
aqueste (exasperado), concíbese la alopécica
trama.
Aquella noche
-cual atestiguose aquel guardia acordelado-, un hastiado ya Sebastián ingenióselas para deshacerse -con algún liado
utensilio alijado, que había tomado
de manera subrepticia perante sus
labores en el campo-, de aquellos odiosos grilletes que “aborrecibles atábanle a tan nefando yugo”.
Y de igual
canto, ayudó a los demás a huir.
Al grito del gallo, apersoneme (como usual)
a la indemne barraca don debían maldormir
los condenados (dije). ¡Jo! encontreme
el claro. Año 1532, pendía aquella cifra del calendario (anugaba yo).
Sebastián
Lemba, y un grupo considerable de negros
libertos, (supe) internáronse en los montes, (extraviaron) hacia al este - ¿Ocoa?
-, huyendo de sus amos opresores.
A poco (supe),
-ya al compás de palos, y atabales, y panderos o marimbas, más- construyéronse
aquel maniel (o palenque, o cumbe, o
quilombo), don empezose a urdir la
revuelta.
(Dizque
armose un kalalú -potaje de malanga,
verdolaga, calabaza y otros vegetales- que constipolos, je)
Ya ansina, nadie detendríales en su sagrado
empeño por liberar a los restantes. Primero, con las uñas, y los dientes, y ya
más luego, con armas y pertrechos retenidos de las haciendas liberadas.
(¡Sublevación! ¡Sublevación! ¡Sublevación!,
se oía)
Poco a poco, Lemba
organizose un pequeño ejército de negros insurrectos, -o cimarrones, como luego
nombraríanles- , que pronto convirtiose en el terror de todos, quienes temíamos (sin sonrojo) por nuestras vidas y teneres.
(E
insurreccionáronse -tantos -, Juan Vaquero, Diego de Ocampo, y el otro Diego -Guzmán-, como pólvora desparramábase…)
Evidente, la
reacción detonose.
(Mordaz),
organizáronse nutridas brigadas para combatir a “aquellos desalmados e
incitadores, que siquiera osáronse acaso considerarse entes” (uf).
Un día (desos), farto de todo yo, deserté (de todo aquello). Y marcheme de nuevo a
la (otrora) rélica villa de los Colones…
Como tal, las
camorras extendiéronse por años.
Vil, aquella
tarde (ominosa pintaba) -y hacia las fragosas
lomas de la Sierra del Bahoruco, notificáronse após-, las tropas fieles a la metrópoli, en férrea batalla, ultimáronle
a aquel (sin más).
(Atroz) lleváronse
su cabeza destajada a Santo Domingo.
A traviesa del
Fuerte de San Gil, aguaiteme -sin
hinchas- a aquel macabro adefesio: mostráronle en andas (colganle), en oprobiosa saga admonitoria
"a aquellos que osasen atreverse a rebelarse contra la autoridad (teocráticamente)
instaurada". (Zangado) persigneme yo. ¡Pobre de Sebastián!, regoldaba.
Acaso supe, los otros también fueron cruelmente
sacrificados.
(Ora a
algunos friéronles en alquitrán.)
(Horroroso)
¡Oh amadísimo
Jesús Cristo, el Nazareno! (Automortifiqueme,
flagelante)
De bruces la
tarde. Apoyado en mi arcabuz, cabizbajo, exhaleme (exhausto). Acongojaba. ¿Fasta cuándo?, increpeme.
(Más de dos
siglos habrían de transcurrir hasta que el llamado Código Negro Carolino -de 1785- introdujera algunas regulaciones y
ordenanzas que favorecieron leve a los esclavos, los cuales podrían comprar su
libertad, de comportarse…)
Oscuros nimbos
surcáronse. (Vi) ahitos.
A eso, (entre)cruzose
la Etzaida...
Sobrepúseme
(elegime). Lembro.
C.V.
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