miércoles, 9 de febrero de 2011



El Cura Valentín

Existió una vez, hace ya muchos, muchos años, un sacerdote cristiano que, -y violentando la disposición imperial que entonces prohibía los matrimonios entre los jóvenes romanos, a fin de centrar a aquellos sólo en las labores del ejército-, unía, en sagrado rito, a los más osados, a sabiendas de que “los muros oían”. 

Y no solo los muros, las piedras, los árboles, y hasta las carretas, escuchanse el “vago rumor” de que el cura Valentín, y a quien así todos le nombraban, andaba por esos mundos de Dios, dizque “casando tórtolos”, aduciendo que esa era su misión divina. 

Cabe recordar, que para entonces la religión cristiana aun no era aceptada en el Imperio Romano, y sus seguidores eran ferozmente perseguidos por sus creencias no paganas. 

Tal, y como helo sentenciado varias veces: “Mas que amor, temor le tengo a la fama”. 

Como era de esperarse, la arriesgada práctica llego a oídos del temido Emperador Claudio Segundo, quien primero actuó con cautela, llamando a su presencia a tan connotado ya personaje, ante la mirada a ojerizas de sus acólitos y centinelas. 

La Gran Corte era todo un hervidero. 

Aquel, y sin perder una traza, de inmediato instole al susodicho a desertar de sus creencias y prácticas. 

Tozudo el cura, incluso osó tratar de convencerlo a aquel que abrazara su fe!  

El oh! fue generalizado. 

Mas, e increíblemente, aquel interesose en su plática, y hasta empezaba a agradarle, dicen (asombraba yo). 

Las visitas de Valentín al Palacio Real sucediense redundantes. 

Tal, mas pudo la envidia, y como decimos nosotros, la “serruchadera de palos”, que al Emperador no le quedo más remedio que suspender sus aleccionadores y reconfortantes diálogos y tertulias. 

Como siempre, las presiones empezaron. “Es un agitador”, decían. “Tiene que actuar con firmeza, y evitar las grietas, y fisuras, desestabilizadoras”, aconsejábanle sus oidores, y ministros. 

Al final, no quedole más alternativa que someterlo a prisión. 

Entonces recordaba Valentín: “…y seréis perseguidos y condenados por mi causa…”. Allí, y a espera de que el Supremo Tribunal dictara sentencia, se hizo amigo del celador de nombre Asterius, con quien entabló  una ríspida relación. Discutían a menudo. Y no fue, ni una ni dos las veces, que le “flojó  un ramplinazo”, a ver si recapacitaba. Pero aquel seguía en las mismas. 

Un día, y en aras de exacerbarle, díjole: “Te voy a traer a mi hija, a ver si tu Dios la cura". 

Aquella se llamaba Julia. Y aunque fermosa e inteligente, era ciega de nacimiento! 

Valentín, de inmediato, se enamoró  de ella. 

Y con tanta fe,  y sobrada devoción, pidiose al Padre, que Aquel obró el milagro. La joven Julia veía! Los anonadados progenitores no salían de su asombro, y acabaron por convertirse todos a la fe de Cristo. 

Los días subsiguientes, la relación de aquel par tornose escaldante. 

Aquella entonces descubría el mundo. Y por primera vez veía un ocaso. O un arcoíris. O los ojos del ser a quien empezaba a amar. Valentín enséñole a Julia de todo. 

Charlaban de Historia Universal, de Arte Antiguo, y hasta de Filosofía. Y aquella aprendía raudo, ávida de conocimientos y saberes. Mas también ávida de pasión. 

En eso, llegó la sentencia infausta: Valentín era condenado a muerte por sedición. 

El clan de Asterius trató por todos los medios de evitar, o por lo menos de disminuir, o talvez de retrasar, su descenso al patíbulo. Y las cartas, y los ruegos, y las diligencias infructuosas, se cruzaban. Mas todo fue en vano. 

El 14 de febrero del año 207, y como proclive mártir, subió a los cielos Valentín. 

Cuentan, que momentos antes de su ejecución, escribió una breve nota de despedida a Julia, donde jurábale amor eterno, y que fue entregada a su padre para que este a su vez se la entregara a aquella, ante la premura de sus verdugos. Y firmola: “…, de tu Valentín”. 

Desde entonces, los amantes de todo el mundo, conmemoran este día, intercambiándose tarjetas y presentes, en memoria de aquel cura valiente, y por demás visionario, que ofrendó su vida por amor.   


                                                                                                C.V.   

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