viernes, 4 de febrero de 2011



Cap. XII - Los Pantalones (Largos) de la República 
(de mi novela "Yo, Rodrigo de Siglos")





       Tras la muerte de los Padres Fundadores -y nunca la mía, pues-, traté de dedicarme de nuevo a los negocios. Aunque no tenía mala cabeza, a veces, por las circunstancias que me rodearon, nunca logré crearme un nicho, y siempre abandonaba.
       Nesta ocasión, insistime, y reestructuré la tienda aquella en las Atarazanas.
       (Zapatero -remendón no- , ¡a tus zapatos!)
       Tanto, las crisis nacionales recurrentes e interminables diatribas caudillescas, esquilmaban mis esperanzas de éxito en el sector.
       (Dizque gastando pólvora en cotorra, befábanse...)
       Ante la anexión del país a España, don Pedro Santana ahora ostentaba el título de Marqués de Las Carreras, a servicio del Gobernador De la Gándara. Engorrosa situación que (harto) me incomodaba, pero qué se le iba a hacer…
       Aunque, no podía quejarme en mi lidiar con las féminas.
       Siempre pepillo, yo. Habitueme ya (creía).
       Nesos días, conocí a Adalisa. Exuberante zamba  -decíase entonces, hija de negro liberto y madre con rasgos indigenoides- que (orate) cautivome.
       Solíamos parlotear (las horas lerdas), apostados nun banco rojo (aherrumbrado) del parque, a la sombra de los almendros (floridos), y a la vista (gafa) por su pollo de la vieja Codomota (quien criola). Abrevaba yo.
       (El grave problema deste mundo, no es a quien amas, sino a quien odias…, le argüía)
       Mal, la situación tejiose insostenible en la Capital, por lo que quemé las naves (por una bagatela a un judío sefardita, de Curazao creo), y partime al interior (de nuevo): Puerto Plata. Pujante (y simpática) municipalidad situada en la costa norte de la isla (cercana a la primigenia Isabela, agora en ruinas), que pronto arrobome.
       Y llevémela (como decíase entonces) a aquella. A pesar de los alaridos (y ruegos) de la vieja Codomota, que imploraba (de rodillas), dentre aspavientos. Molaba yo.
       (La travesía en barcos mercantes a vapor, o a velas o remos aún -bordeando la isla- era la vía o ruta más rápida de comunicación entre las regiones. Otra opción era a caballo o mulo, a través de las lomas -a Camino Real-, pero tardaba semanas...)
       Cierto, Adalisa era mujer de armas tomar. Ya juntos, echamos adelante aquella trastienda de comestibles que pudimos agenciarnos con los tristes ahorros que apenas recabeme.
       Desde entonces, todos de aquel hablaban: el ilustre General Luperón (don Gregorio, le decían sus allegados). Con tintes hagiográficos…
       Tal contáronme, que con apenas veintidós añitos, Gregorio nomás (mozo al fin) enrólase a un grupo de rebeldes que luchan contra las hordas anexionistas. Al capturársele in fraganti naquellas lides revolucionarias, es conducido a prisión. Ya, teatralmente logra huir del recinto carcelario donde manteníasele prisionero, y huye a Haití,  ¡llegando hasta los Estados Unidos!
       (El futuro es de los fuertes, condecía)
       Tiempo después, regresa al Caribe, y se exilia en Curazao.
       Tan pronto, ingresa al país de manera subrepticia, y se le ve participar activamente en la llamada Rebelión de Sabaneta (1863). Empero, el movimiento es aplastado, y tiene que internarse en las montañas. Tras el llamado Grito de Capotillo del 16 de agosto, es nombrado Jefe de un cantón militar restaurador. Y más luego, es ascendido a General, destacándose siempre por su denodado coraje e inopinada hidalguía, batiéndose siempre frente al numeroso y bien artillado ejército español con documentado arrojo y destreza.
       Loable es destacar (además) la implicación nesta lucha patria -si mal no recuerdo, por las crónicas dantonces- de Santiago Rodríguez, Pepillo Salcedo, Benito Monción, Gregorio de Lora, Gaspar Polanco, José Contreras, Cayetano Germosén, entrotros.
       ¡Cuánta heroicidad y bravura! Ah época aquella…
       (Nin remenéense los altares, que pueden rodar algunos santos, pos)
       Un día, y a recodo de la Fortaleza de San Felipe, a orillas de la playa, encontreme a Luperón (de manera velada) reunido con un grupo de milicianos. Explicábales la táctica de la guerra de guerrillas, previo instituída por Mella en su manual citado. Sobre la arena, abocetaba aquel con una esquirla larga de cayuco, a modo de pértiga improvisada: “Hay que atacarles de día y de noche,… y a resguardo del machete, sorprenderles, cortarles el suministro de agua, emboscarles, hasta que caigan, todos…”. Atentos escuchábamos.
       (Desempolvo), al final acerquémele, y atreví: “Efectiva técnica mi General”. E identifícaba: “Soy Rodrigo de Siglos…”. “¿Eres español?”, inquiriome aquel reculando. “No, por favor, si soy criollo de pura cepa” (mentile), aunque admítome, así sentía.
       Al cabo de tantas décadas, y décadas más, y lustros, habíame aclimatado a tan singular gentilicio, y considerábame como tal dominicano, ya. Aunque a veces se me chispotease alguna que otra andaluzada (o gallegada). ¡Ni ostias!
       Entonces, diome una palmada (recia) en la espalda, e instome a acompañarle (en las refriegas contra el enemigo). “Eres joven, y robusto” expresome, y…”. Aducime apegamiento a la familia, y mi negocito... El General felicitome: “Así se hace patria, también”, y marchose.
       Tal, vile internose en la manigua, espesa…
       Nunca más crucé palabras con el nombrado.
       Aunque volví a verle (de lejitos).
       Tras el triunfo definitivo de las huestes patrióticas, y restaurada ya la Republica, Luperón es nombrado Vicepresidente de la Junta Provisional Gubernativa -o Gobierno Provisorio- en Santiago, encabezada ahora por Benigno Filomeno Rojas al renunciar Pimentel y....
       Al arribo a su ciudad natal, la población, enardecida, recíbele como un héroe (tal). Yo, y a duras penas, sumeme desapercibido a la multitud que loaba a su General.
       Aquel mudose a un chalet -con detalles victorianos, muy en boga- en la avenida principal del pueblo, y casi a seguidas, contrae matrimonio con doña Ana Luisa Tavares, distinguida dama de la provincia.
       Su hogar siempre estaba lleno de correligionarios, manifestando su empatía, o pidiendo favores. Tanto, y como yo no gustaba desa lacra parasitaria, preferí mantenerme al margen (alejado de los tumultos), don saludábame a aquel par (con deferencia) pero a distancia.
       A poco, Cabral y Luna autoproclámase Protector de la República y... (Monteros y tabaqueros enfráscanse en feroz bronca -montonera conchoprimística- que...)
       Comenzaba a hastiarme de la política y sus políticos (forajidos, coz) del patio, por lo que centreme apenas en mi laborío como mercante juicioso capitalista (e hice fortuna, cuantiosa fue).
       Entonces, convertime en don Rodrigo, don. Y Adalisa, en doña del don, cimera. Aunque tornose algo holgazana, y vanidosa (pretensiosa a más)…
       A propósito, y de dones (y no de los otros dones, o virtudes) hablando, don Buenaventura y Báez (el jabao apodábanle) se hace de nuevo con la banda, ahora con preclaras intenciones ¡de anexar la esta nación a los Estados Unidos!
       (El Presidente Ulysses Grant, ante la posibilidad de que alguna potencia europea utilizara el país como base propia, quiso adelantárseles y...)
       Audaz, el General Prócer enfréntasele sin cortapisas (colose). Ora, de nuevo es enviado al extranjero.
       Desde acá, y a bordo del piróscafo Telégrafo -a sabiendas yo, nel diario homónimo leílo-, junto a un grupo de patriotas, pretende desafiar a Báez. Mas es derrotado, y por “milésima” vez es expatriado. Uf.
       Al mismo tiempo, aquel inicia una intensa campaña por todo el continente, a fin de evitar el odioso desaguisado, y llega hasta el Congreso de los Estados Unidos con su patriótica cantaleta, logrando el respaldo de importantes legisladores norteamericanos -como el bienrecordado Charles Sumner- quienes boicotearon semejante afrenta a nuestro suelo.
       (Sovereignity is not negotiable…, was set on)
       Aun arrendose la bahía de Samaná (mediante impopular contrato, luego rescindido).
       En 1873, -al triunfo del Movimiento Unionista- Báez tiene que abandonar el poder, y Luperón (aprovecha y) regresa a Puerto Plata. Al ser elegido Espaillat presidente, el insigne General es nombrado como Ministro de Guerra y Marina de la República. Tal, y ante las rencillas y revueltas de siempre, éste tiene que renunciar.
       Es época convulsa, e inestable (remembro). Terrible para las finanzas, y el acopio de dinero (que era lo que me ocupaba). Pero vaya…
       Neso, el vecino (Haití) usufructuando el facto: tomáronse prestadas a Dajabón, y a Bánica. Y hasta a Las Matas (de Farfán), de ñapa
       (En 1874 se firmó el Tratado de Paz, Amistad y Comercio -Ignacio Ma. González y Michel Domingue- entre ambos países, a fin de frenar un poco la “pacífica” incursión…)
       Así, y de manera muy irregular, sucédense una caterva de presidentes, que renuncian o renúncianlos, desangrándose cierto las huestes ya exhaustas de la patria, e instaurándose el caos y la anarquía nesta heredad.
       Uno de esos efímeros gobiernos fue precisamente presidido por Luperón. Concedo, de acendrado corte liberal y democrático (como aún no se conocía), y hasta con algunos atisbos de progreso -a sazón, el puertorriqueño Hostos funda la Escuela Normal para adiestrar maestros-, con respeto absoluto a las libertades públicas. Catorce meses de relativa e inusual calma, que allanaron el camino hacia las elecciones de finales de 1880, donde resultó electo el presbítero Fernando Arturo de Meriño. Entonces Luperón es designado Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Europa (don maravillose, sé).
       Luego, y durante el gobierno de Francisco Gregorio Billini, retorna al país y es nombrado Delegado Presidencial en el Cibao.
       Paja pa’ la gaisa (garza), aduciose uno…
       Tanto cuentan, que al estallar la revolución de 1886, Luperón contribuye a su fracaso, ayudando a subir al poder a Ulises Heureaux, quien y al poco tiempo tórnase dictatorial y despótico, lo que enfréntales. Ya (desilusionado), autoexíliase en la isla de Saint-Thomas.
       (Nesa época, recuerdo -y mediante un novedoso sistema de concesiones-, una firma norteamericana inicia la construcción de un tramo ferroviario entre las ciudades de Sánchez y La Vega que...)
       Allí diagnostícanle el temido cáncer -a Dios gracias, hoy plaga controlada-, y su salud se deteriora a botas. Entonces, el propio Heureaux se apersona en la isla, y trata de convencerlo para que vuelva a su tierra. Aquel, tras recriminarle fuertemente por sus odiosas actuaciones, acepta regresar a Puerto Plata en el mismo buque en que retornaría el Presidente. Ya (vil hado), fue tarde. Y el 20 de mayo de 1897, muere, rodeado de sus familiares y amigos más próximos.
       De afrentoso (yo), y aunque no tenía vela en ese entierro, asistime a su funeral, como todo el pueblo (y el país). ¡Grandioso!
       Tras las apoteósicas honras fúnebres, y los concurridos (y empalagosos novenarios), mi (snob ahora) Adalisa hastiose de la vida pueblerina, y rogome volver a Santo Domingo: “Capital es Capital, y lo demás es otra cosa”, tal decía.
       Definitivamente, se le habían subido los humos a la cabeza.
       Y como no hay cosa que hale más que un (embullo)…

                                                                                       C.V.

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