viernes, 3 de diciembre de 2010



 A Antoine de Saint-Exupéry:
A 66 años de su misteriosa partida 
                          
                                                                                    
                                                                                                                                                                           
Hace solo un par de días volví a leer el cautivante libro El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry -renombrado escritor y aviador francés- y la verdad es que fue una experiencia reconfortante. 

La primera vez que degusté con avidez sus vibrantes paginas rebosantes de enseñanzas y sabiduría humanas, apenas tendría unos once años. 

Entonces volaba (yo) – no como aquel, en su flamante  Caudron C -630-  en dirección al Aeropuerto de Dulles, en Washington D.C.,  a pasar unas bien merecidas vacaciones (después de los exámenes finales en el colegio), en la casa de mi tía Mary y de mi tío Persio por allá por Cristal City. 

Así, y a ya más de sesenta y tantos años de tan irreparable tragedia y pérdida, esta obra y su autor – que por demás sigue siendo el texto más leído después de la Biblia - pasan a ser patrimonio público de los hombres, y de forma gratuita pude “bajarla” de la red. 

Tenía ese sueño. Y finalmente se hizo realidad. 

En aquellas horas felices de mi pubertad aún en ciernes - previo a la catastrófica ruptura de mis padres -, engullilo con avidez mientras realizaba mi primera travesía a entonces ignotas tierras al norte. 

Tanto esos breves más invaluables minutos de lectura marcaron mi existir hasta hoy. 

Había sido el regalo de fin de curso de mi adorado abuelo Sergio, quien también me veneraba con pasión. 

Aquel sabía de mi devoción por la lectura, y que mejor regalo!  

Que conste que he leído (tanto) - desde que me salieron los incisivos centrales -  pues mi casa era prácticamente una gran biblioteca con muebles y quincallerías, y no me quedaba de otra. 

Era el hobby de oficio de mi padre escritor. 

Con el tiempo los libros se convirtieron en mis amigos de ocio predilectos. 

Allí convivía con Matías Sandorf, con Moby Dick, y hasta con el pirata Barba Negra. 

Con Odiseo y las cimbreantes sirenas. 

Y con todos y mil tantos personajes fantásticos de las Mil y Una Noches. 

Leía hasta por los codos, y las orejas.  

Lo cual, no lo aconsejo, pues te aísla y recreas un mundo imaginario a tu alrededor que no existe, y ni acaso luego se le parece. 

Entonces la realidad téjese insufrible. Ajadas remembranzas!  

De esa época recuerdo también a la inolvidable Lucille Ball y su eterno clan, a blanco y negro. 

Los cartones animados de Hanna Barbera, y los paquitos de Ermelinda. Horrorosos. 

Nostalgias y digresiones válidas de una época en desbandada.  

Lo cierto es que hoy muy pocos leen. Todo eso está  “out”. 

Y como nadie lee, tampoco yo escribo. 

Una vez me comentó  el poeta nacional don Pedro Mir: “Si lo que escribes nadie lo va a leer, mejor no lo escribas”. Entonces creía (yo) en el “arte por el arte” (uf), y en tan solo recrear emociones y sentimientos reprimidos, para nada.  

Hoy (quizás) le doy la razón. 

Sin embargo, nestos días que corren, al leer, o releer de nuevo esta vibrante obra de Saint-Exupéry, creo que no todo está perdido. 

“Vete a ver las rosas, y comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós, y yo te regalare un secreto.”  

Cautivante.  

Histriónico. 

En la era del software alienante. 

En los tiempos del website de “cacaíto”. 

Nestos días de fatiga y extenuante irraciocinio que corren, aún vibran las palabras del poeta que escribía en prosa para los hombres y no dormía: “Lo esencial es invisible a los ojos. Solo el corazón lo capta”. 

En fin, redescubramos la esperanza. 

Desterremos la tristeza y el egoísmo malsano, si es que hay otro. 

Y en las noches, miremos al cielo. 

Cierto, alguna multitud de cascabeles centelleantes dejaran oír su risa. 

En singular y eterna carcajada de azules principitos, hechos sueños. 

Renazcamos, y tornemos a la pureza de la infancia!

Volvamos a ser principitos, todos...

                                                                                            C.V.

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